Otro fruto de “La Tertulia”.
17 de mayo festividad de San Pascual Bailón,
El grupo de personas que asisten a las Tertulias de la Biblioteca Municipal consiguieron iniciar un camino que los lleve, con el apoyo de todos, a recuperar un bailable muy tradicional que tuvo días de gloria en nuestra ciudad y que, por diversos motivos, se estaba perdiendo, los “hortelanos”. Las huertas famosas de San Miguel que satisfacían el mercado de la región se terminó pues la cantidad de agua que corría libre por las calles fue aprisionada por la creciente población, su merma se debió, también, por la cantidad de pozos que se perforaron en la periferia de la ciudad y, muy importante, por el abuso y desperdicio de lo que se consideraba un recurso renovable y que hoy sabemos que no lo es tanto pues cada vez se extrae de profundidades mayores y con menor calidad de la de antaño.
A insistencia de varios de los
tertulianos, especialmente del L.H. José Luis Rodríguez Gutiérrez, se fue
organizando el renacer de este popular bailable del San Miguel de Ayer. Buscando
a quienes conocen los pasos, quien tiene la grabación de la música de don Inés
Granados, quien puede y quiere bailar, en fin una labor ambiciosa pero muy
importante. Su casi desaparición se debió, en parte, al crecimiento de otro producto
que nació derivado de los “Hortelanos” y actualmente es el más popular: los
“locos”. En el San Miguel de Antaño se tenía la presencia de los “hortelanos”
en muchas fiestas religiosas y profanas.
En uno de sus escritos el padre Félix
Pérez de Espinosa dice que dentro de las huertas que había en la Villa de San
Miguel el Grande trabajaban los indígenas y sus familias, los que, al ser
catequizados, entre otras cosas conocen que en España el Santo patrono de los huerteros
es San Pascual Bailón quien había sido el encargado del jardín, de la huerta y
de la cocina en su convento.
Adelantado discípulo, el indígena
se identifica inmediatamente con el santo, aprende, adopta y adapta
tradiciones, entre éstas está el canto y el baile cuya base armónica descansa
en el tamborcito y la chirimía. “en contraste con su actitud hacia la
literatura y otras expresiones en la literatura indígena la iglesia no se opuso
a la danza. Hubo una circunstancia favorable: también en España se ejecutaban
bailes religiosos dentro y fuera de los templos.
Para practicar sus bailables, los
hortelanos vestían los trajes propios de su faena: entre ellas los adornaban
con los utensilios de la cocina y los varones con alguna herramienta de
labranza. Se organizaban en “cuadrillas” que no eran ora cosas más que las
familias conformadas no sólo con el matrimonio, sino que igualmente
participaban hijas, hijos, nueras y yernos, “desde la infancia los bailarines
aprendían gestos y evoluciones…” (Enciclopedia de México, III, pago. 412)
Con el tiempo las familias que
participaban en la danza se organizaron en cofradías, encomendadas, desde luego,
a San Pascual Bailón cuya imagen pintada en lienzo o lámina presidía las
celebraciones. Se sabe que en el templo de la Tercer Orden se le hacia una misa
cada 17 de mayo. En el atrio, otrora cementerio, bailaban estas cuadrillas. Terminando
el baile se trasladaba el sacerdote a las huertas y bendecía los frutos. Hecho
esto se abrían las puertas a todos los vecinos, los que podían comer toda la
fruta que quisieran, excepto llevarla a sus domicilios.
El gusto por ver estas danzas fue
en aumento y teniendo tanto éxito destacan especialmente las conocidas como de
“Los hortelanos” y “el Torito” en torno a las cuales se arremolinaban los espectadores,
lo que dificultaba el desarrollo normal de los bailables por lo que fue
necesario “proteger” a los bailarines y ampliar el círculo del público. Esta
tarea era realizada por los hortelanos mayores. Alguno de ellos seguramente
ideó disfrazarse de espantapájaros, personaje éste muy común ellas huertas.
Poco a poco se fue separando el baile de los Hortelanos y el de los “locos”. El
público cambió su gusto por el primero y ha llevado a los segundos hasta el
lugar que hoy ocupan. A mí me tocó conocer a don Antonino quien no dejaba morir
al bailable; tenía su grupo con muchos pequeños que aprendían el otrora
bailable popular. Los entrenaba cerca de la casa de don Celso Ortiz, en la
calle de Julián Carrillo de la Col. Guadalupe. Entonces estaba sin empedrar. La
maestra Inés Soria también impulsó este baile sanmiguelense que debe
conservarse por ser parte de nuestras raíces.
Ataviados con trajes raídos, con
varas de membrillo o de pera. Los hortelanos mayores, giraban al exterior del
círculo dando pequeños golpes a los pies de los espectadores para impedir que
agobiaran a los bailarines, los que no se inmutaban con su presencia, no así
los pequeños asistentes, quienes se protegían seguramente tras el cuerpo de los
adultos a quienes acompañaban. En ocasiones los huerteros llevaban en las manos
animales disecadas como ardillas, tejones, alicantes, etc.
El Lic. Leobino Zavala dejó
escrito que “…Amado, el panadero, aquel Amado narices anchas que siempre salía
de “loco” en la danza de los hortelanos, con su máscara de cartón (…) su
sombrero de una pluma de guajolote, su vestido de percal estilo payaso, un
chicote o una larga vara en la mano, una jaula a la espalda con una rata muerta
o un tecolote -en el mismo estado- encerrados en ella y una ardilla o un
tlacuache disecado, repletos de aserrín, que amorosamente arrullaba entre sus
brazos, como si fuera un niño, mientras bailaba incansablemente, haciendo sonar
los cercos de cascabeles que llevaba en los tobillos, sobre unos enormes
zapatos de vaqueta” (Tradiciones y Leyendas Sanmiguelenses).
Durante sus orígenes esta fiesta
fue celebrada en las huertas o en el parque. Cuando se idearon los carros
alegóricos, los primeros llevaron siempre escenas de las vidas de San Pascual y
San Antonio o del Sacramento Eucarístico. Posteriormente las representaciones
fueron totalmente profanas. Cada uno de los cuadros salían de su barrio hacia
el centro. Del parque: el Cuadro del Parque; del puente de Guanajuato: el
Cuadro Antiguo; del “portón”: el Cuadro Nuevo. Fue a iniciativa del profesor
Braulio Correa Pérez que el C.P. Pablo Muñoz Ferrer, tesorero municipal, logró
que los cuadros aceptaran salir a una sola hora y de un solo lugar. Así, el
primer año el convite, salió del Puente de Guanajuato, los dos siguientes de la
Col. “Aurora”, hasta que finalmente se estableció como punto de partida: la
calle Ancha de San Antonio a las doce del día.
Poco después, el grupo de “locos” fueron mudando su indumentaria. Primero era: bombacho ajustado al termino de las extremidades con grandes cuellos, colores alegres, correspondiendo igual color en el brazo izquierdo y pierna derecha y de color contrario en las otras dos; conservan la máscara, de madera o de cartón, representando rostros humanos, animales, etc. llevan un morral que llenan de peras y que van regalando a su paso. Hace algunos años muchos de los locos lo hacían para pagar al santo una manda, deuda que habían contraído cuando el paduano intercedió por ellos en alguna necesidad. No obstante, la mayoría de los que actualmente bailan lo hacen por gusto; es: el “Carnaval” de San Miguel.
Pero lo realmente importante es
no seguir perdiendo identidad puesto que, si bien es imposible que no haya
cambios, es necesario no perder la esencia de lo nuestro. Un factor muy
importante que tiene San Miguel como atractivo son sus costumbres y tradiciones.
Las huertas son ya algo del pasado, cuando menos aquellas que se regaban con la
abundante agua que corría por toda la ciudad. Hoy tenemos que aprender a usarla
racionalmente, es cuestión de educación y supervivencia. Hoy también tenemos
que aprender a conocer nuestras raíces, a apreciar lo nuestro; este sencillo e
ingenuo baile de los Hortelanos merece nuestra atención. Salvémoslo de la
extinción.
Muchas felicidades a todos los
miembros de La Tertulia por este aporte más a la cultura local, al conocimiento
y defensa de nuestras costumbres y tradiciones. A las cinco de la tarde hubo
una misa en la Parroquia de San Miguel, en su homilía el sacerdote puso el dedo
en la llaga al señalar que los tiempos actuales han perdido aquellas devociones
de antaño que fueron el alma de este tipo de costumbres; de ahí partió
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