GRAFFITI EN MÉXICO:
ARTE MARGINAL Y TRASGRESOR
De origen estadunidense, las manifestaciones del graffiti en
nuestro país se han convertido en el medio de expresión e identidad de
numerosos jóvenes, principalmente en las zonas urbanas marginales. Así, writers
mexicanos realizan tags, bombs y stencils en los muros de ciudades como
Tijuana, Aguascalientes, Guadalajara y Distrito Federal.
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MARCELA ZAPIAIN • RESTAURADORA DE BIENES MUEBLES
PEDRO QUINTERO • DISEÑADOR GRÁFICO
BENIGNO CASAS • ARTISTA VISUAL
Estudiantes del posgrado en Artes visuales de la Escuela
Nacional de Artes Plásticas, Universidad Nacional Autónoma de México
zapiainmg@yahoo.com.mx
elpeter72@yahoo.com.mx
benignocasas@yahoo.com.mx
EL GRAFFITI Y SUS ORIGENES
Plural de la palabra graffito, significa “inscripción” o
“garabato” en el idioma italiano, de donde proviene. En el diccionario de la
Real Academia Española se acepta sólo la palabra grafito, que en algunas de sus
acepciones la define como “escrito o dibujo hecho a mano por los antiguos en
los monumentos”, o como “letrero o dibujo grabado o escrito en las paredes u
otras superficies resistentes, de carácter popular y ocasional, sin
trascendencia”.(1) Originariamente, el término graffiti fue utilizado para designar
a las inscripciones y dibujos encontrados en la antigua arquitectura romana,
especialmente las localizadas en la ciudad de Pompeya, que suman miles y datan
de la época en que la ciudad era morada de descanso y esparcimiento de las
clases privilegiadas del imperio.
Pero el graffiti evoca además una actividad muy primitiva,
que se remonta a los primeros trazos del homo sapiens en las paredes de las
cavernas que le servían como morada y refugio. Desde entonces la humanidad no
ha cesado de imprimir su huella y rastro en las paredes, lo que representa un
encuentro de lo perenne y lo efímero, en el que el cuerpo marca su huella en un
material o soporte destinado a perpetuarla. Como forma expresiva, el graffiti
conserva la huella de ese gesto primitivo, anticipador de dos actividades emparentadas
y a la vez distintas: la escritura y la pintura.
La epigrafía se ha encargado de estudiar las inscripciones
provenientes de las culturas antiguas y abarca diversidad de datos, desde los
contenidos en monumentos públicos, murales, estelas, lápidas, objetos
ornamentales y rituales o cotidianos como vasijas y sellos, hasta el graffiti
propiamente dicho, que sin embargo ha sido considerado como una forma de
expresión popular e intrascendente, por su carácter casual y espontáneo, que
generalmente refiere información de tipo contestatario, anónima, sicalíptica y
que, por lo mismo, apenas atrae el interés de los historiadores.
Los antiguos romanos han sido calificados por algunos
estudiosos como “graffiteros” incurables, dado que se han conservado infinidad
de sus testimonios gráficos no sólo en Pompeya, sino también en el Domus Aurea
del emperador Nerón en Roma, en la mansión de Adriano en el Tívoli, e inclusive
en las pirámides de Egipto, en donde los soldados imperiales no resistieron la
tentación de imprimir la huella de su paso. El valor testimonial de los
graffiti pompeyanos en cuanto a la cultura, la lengua y la vida cotidiana de la
época es incalculable, al estar compuestos lo mismo por mensajes verbales que
icónicos, en frases sueltas, versos, dibujos y en combinación de imagen y
escritura. Por su contenido, incluyen los más diversos tópicos: las cualidades
eróticas de soldados y gladiadores, críticas a los candidatos a las elecciones,
ofrendas y súplicas a Venus, propaganda de los juegos, declaraciones de amor,
anécdotas varias, injurias e insultos, comentarios ingeniosos u obscenos,
propaganda y tarifa de prostitutas, versos, representaciones fálicas, etcétera.
Un ejemplo de esos graffiti es rescatado y traducido por Pedro Pablo Funari, en
el que se lee: “Floronio, semental y soldado de la séptima legión, estuvo aquí,
en este bar, y las mujeres no lo percibieron… pero ellas eran sólo seis, por lo
cual, pocas para este macho”.(2)
En otras latitudes y contextos, ya no tan lejanos pero
ilustrativos para el propósito de este estudio, Bernal Díaz del Castillo
ejemplifica también la acción graffitera de los militares subalternos de Hernán
Cortés, después de haber conquistado y sometido a la ciudad de Tenochtitlan en
1521. Descontentos por la paga recibida con motivo de esa acción, los soldados
arremetieron de manera anónima sobre las paredes de la morada de su general.
Nos relata el cronista Díaz del Castillo:
Como Cortés vivía en Coyoacán en un palacio que tenía paredes
blancas, donde buenamente se podía escribir con carbones y otras tintas, cada
mañana aparecían escritos muchos motes maliciosos, algunos en prosa, otros en
verso. Algunos decían que no nos nombráramos conquistadores de la Nueva España
sino conquistados por Hernán Cortés; otros decían que no le bastaba tomar buena
parte de oro como general sino que lo tomaba como rey; otros escribían: ¡Oh,
qué triste está el ánima mea, hasta que el oro no vea! y aun decían palabras
que no son para poner en esta relación.
Cuando Cortés salía de su aposento por las mañanas, leía los
versos y las prosas, y como él también era algo de poeta y se preciaba de dar
respuestas apropiadas, un día escribió: Pared blanca, papel de necios; y al día
siguiente apareció escrito: Su Majestad lo sabrá muy presto. Y Cortés se enojó
y dijo públicamente que ya no escribieran maldades y que castigaría a los
ruines desvergonzados.(3)
Como se puede observar, el ingenio y la creatividad en este y
en muchos otros episodios históricos remiten al uso del graffiti para exponer a
la mirada pública la queja y la inconformidad, como formas de denuncia frente a
la injusticia. Esta particularidad del graffiti se ha conservado a lo largo de
la historia y su práctica discursiva ha cobrado peculiar fuerza al asociarse
con importantes movimientos sociales y culturales.
Uno de esos movimientos trascendentes fue el estudiantil de
mayo de 1968 ocurrido en Francia, donde la protesta estuvo acompañada del uso
intensivo del graffiti, como medio propagandístico de fácil acceso, efectivo y
económico. Las paredes de París se cubrieron así de mensajes, muchos de los
cuales hicieron historia por su fuerza poética y expresiva, y que asociados con
la protesta y con el pensamiento contestatario adquirieron especial relevancia
como expresión de un evento histórico y social. Algunos de los mensajes de ese
movimiento son recopilados por Tchou en Les murs ont la parole (Los muros
tienen la palabra), entre los que destacan: “El sueño es realidad”; “Las
paredes tienen orejas, las orejas tienen paredes”; “Nuestra esperanza no puede
vivir sino de los que no tienen esperanzas”; “El derecho de vivir no se
mendiga. Se toma”; “La imaginación toma el poder”; “Olvide lo que aprendió,
empiece a soñar”; “Prohibido prohibir”; entre muchos otros.
La influencia grafitera del mayo francés fue definitiva para
la juventud de todo el orbe y en la década de 1970 en Estados Unidos adquiriría
una especie de patente, que le proyectaría como un medio de expresión de
carácter universal, con paradigmas estéticos e ideológicos muy definidos. En
este caso, particularmente en la ciudad de Nueva York, tuvo que ver la
experiencia precedente en los años cincuenta de los gangsters, quienes
recurrieron al uso del graffiti para darse a conocer, identificar territorios e
intimidar a sus adversarios, lo que influyó en los jóvenes y en las bandas de
los años setenta, que identificados además con el movimiento rapero y el hip
hop lo adoptaron como parte de una forma de vida. Así, mediante el graffiti se
desarrollaron códigos particulares de comportamiento, lugares establecidos y
reuniones secretas, lo mismo que un lenguaje propio y criterios estéticos
peculiares. Los hip hoperos comenzaron a utilizar el graffiti como estrategia
de expresión identitaria y de resistencia cultural, dando cierta prevalencia a
la imagen sobre el texto.(4)
El estilo, la forma y la metodología constituían las tres
grandes preocupaciones de los graffiteros neoyorquinos, pero más importante que
éstas, estaba la directriz primordial del “dejarse ver” (Getting Up), es decir,
lograr que su nombre apareciera con la mayor frecuencia posible, como una forma
de conseguir la aceptación y el reconocimiento entre la comunidad graffitera.
El writer o escritor que en su estilo demostraba un buen sentido del diseño y
una reconocida habilidad en el uso de pintura en aerosol, se ganaba rápidamente
la estima de sus compañeros y de otros observadores, pero como lo llegó a decir
el graffitero Tracy 168: “El estilo no significa nada si tu nombre no aparece
con frecuencia. ¿Cómo va a conocer la gente tu estilo si no ve obras tuyas?” De
esta forma se obviaba el pésimo estilo de los Throw-ups o vomitados, pero se
les reconocía con todo y ello, cuando sus pintas sumaban los cientos y se veían
en todos los trenes del metro neoyorquino y en todas las líneas.
Algunos writers fueron destacándose y la aparición de la
pintura en aerosol dio nuevo impulso a la práctica graffitera, en la que
comenzaron a surgir los tags, que eran una especie de firma o logotipo de
identificación del escritor, cuyos espacios predilectos de acción eran los
subterráneos, los trenes y los camiones. Detrás del tag se ocultaba la
identidad y el misterio de sus autores, que tenían además otro principio como
el de robar y no comprar la pintura que utilizaban. Con la proliferación de
writers la estética del tag fue adquiriendo mayor relevancia, en lo que se
refiere a la originalidad, el diseño y el color. Fue con ello que empezaron a
surgir las masterpieces o firmas gigantes, que requerían cantidades enormes de
pintura, lo que daba mayor prestigio y reconocimiento a sus ejecutantes, si se
considera el agravante ilegal de la acción, además de que la pintura era
robada. A los pintores de masterpieces en vagones enteros no se les exigía
tantas obras, como a aquellos que adoptaban formatos de otros tamaños, y podían
alcanzar el reconocimiento con tan sólo unos veinte trabajos bien hechos. Por
el contrario, quienes se limitaban a estampar su firma o contraseña en los
interiores o los exteriores de los vagones del metro, tenían que escribir su
nombre por lo menos unas mil veces para que pudieran dar cuenta de su
existencia.
Por su forma, las obras graffiteras neoyorquinas son
clasificadas en siete formatos básicos: el tag ya mencionado, que representa la
firma de su autor y constituye la forma más sencilla y predominante del
graffiti, a manera de logotipo o monograma; los throw-ups o vomitados, que
constituyen la forma más rápida y sencilla de elaboración, por utilizar pintura
de un solo color con contornos poco precisos, reconocida también como carente
de estilo o de mal gusto; las obras, que es abreviatura de obras maestras, y
constan de cuatro o más letras, pintadas a lo largo de las paredes exteriores
de los vagones del metro, de calidad en el dibujo y con riqueza de color;
to-to-bottoms u obras de “arriba abajo”, llamadas así por su formato vertical,
del tamaño de la altura del vagón, que van acompañadas de dibujos; end-to-ends,
“obras de extremo a extremo”, referidas a las composiciones que se extienden de
un extremo a otro del vagón; whole cars, o “vagones enteros”, con pintadas que
ocupan todo el vagón, tanto en sentido horizontal como vertical, y finalmente
los whole trains o “trenes completos”, que era la forma más elevada y
reconocida del graffiti, por todo el trabajo y los riesgos que implicaba su
realización.(5)
La proliferación del graffiti ocasionó malestar entre las
autoridades locales de Nueva York y una mayor represión oficial hacia los
writers, quienes se vieron obligados a conformar grupos o crews que les
permitían organizar la vigilancia durante el largo tiempo que les llevaba
ejecutar una obra. Paradójicamente, la práctica del graffiti también se
convirtió en moda, y la magna exposición de 1975 en el Artist Space Gallery, en
el barrio del Soho neoyorkino, contribuyó a la división de los graffiteros. Pero
la presencia del graffiti, como experiencia de movimiento underground,
comenzaba a extenderse hacia las principales urbes de todo el planeta,
incluyendo las principales ciudades de Latinoamérica, como la capital de
México.
EL GRAFFITI EN MÉXICO
Fue principalmente en la ciudad de Tijuana donde se
presentaron las primeras manifestaciones del graffiti en nuestro país, ya que
por su condición fronteriza con Estados Unidos existe un constante flujo de
personas e información, donde se da un intercambio cultural entre los migrantes
procedentes del centro del país, con los mexicanos residentes en el otro lado
de la frontera, siendo los “cholos” quienes llegaron a hacer suya esta forma de
expresión, influenciados también por los muralistas chicanos.
Pero fue en Guadalajara donde más tarde se desarrolló con
mayor intensidad, al grado de formar la old school (vieja escuela de
graffiteros) y en donde se empezaron a figurar los primeros estilos de firmas o
tags, lo mismo que dibujos. Otro lugar hacia donde se extendió esta forma de
expresión de los jóvenes fue la ciudad de Aguascalientes, que, aunque no es una
metrópoli tan importante, se caracteriza porque su población es de las más
fluctuantes, al figurar como el séptimo estado expulsor de mano de obra que
emigra hacia el país vecino del norte.
En la ciudad de México el graffiti llegó a insertarse en los
barrios marginales y periféricos de la capital, hacia donde el proceso de
urbanización y de crisis económica de mediados de los años setenta y principios
de los ochenta del siglo XX empujó a una enorme cantidad de población a
emigrar, procedente de diversos estados del interior de la República, dando
forma a las hoy conocidas como zonas conurbadas. El cambio cultural por el que
pasaron lo migrantes, aunado a las condiciones de marginalidad social, fue
marcando los tiempos y espacios en donde los "chavos banda" ocuparon
un lugar importante en las formas de expresión graffitera.
Precisamente con la conformación de bandas juveniles se dio
una primera oleada de graffiteros, algunos de los cuales llegaron a aprender
esta forma de expresión plástica en la frontera, cuyos conocimientos hicieron
extensivos a los demás integrantes de sus respectivos grupos. El estilo de
graffiti que llegaron a desarrollar estos colectivos marginales era más de
carácter territorial, al delimitar su accionar a un espacio urbano específico,
de acuerdo con la circunscripción o barrio, lo que a su vez implicaba una
apropiación del mismo. Con ello se asumía el compromiso moral de no pintar o
graffitear otro barrio al que perteneciera otro grupo o crew, porque hacerlo
significaba asumir una actitud invasora y de provocación.
Los graffiteros o crews tuvieron así su origen en los chavos
banda de las colonias marginales de la ciudad de México, de quienes fueron
marcando cierta distancia, social y cultural. La práctica del graffiti de los
grupos mexicanos en poco se distingue de la iniciada por sus antecesores
neoyorquinos, en donde el uso irrestricto de la “lata” de pintura en aerosol se
ha trocado en instrumento básico, lo mismo que los stickers o marcadores. La
forma crew de organización ha sido retomada, lo mismo que los estilos de
graffitear: el tag, la bomb, las master pieces o pinturas murales, etcétera. A
diferencia de las bandas, entre los graffiteros mexicanos no existe una disputa
o delimitación de territorio de manera marcada; la mayoría de las veces, los
espacios y las obras son respetados, siguiendo la tradición crew señalada en
párrafos anteriores.
La ciudad de Nezahualcóyotl o Neza, como popularmente se le
llama, se ha convertido en la región urbana de mayor presencia y tradición
graffitera, sea ésta anónima o pública. Miguel Ángel Rodríguez, mejor conocido
como Lupus, encabeza a un importante grupo que allí actúa y que fusiona y
ensambla el graffiti con la tradición muralística del barrio. El grupo tiene
por nombre Neza Arte Nel y en él participan jóvenes artistas plásticos y
graffiteros de los barrios más pobres de esa amplia zona urbana.
Neza Arte Nel es pionero en la intervención de edificios
públicos, que han sido decorados con graffitis en forma de tag y de imágenes,
entre los que están el Palacio Municipal de Nezahualcóyotl y la Fábrica de
Artes y Oficios (FARO) de Oriente. El colectivo realizó además una amplia pinta
de veinte kilómetros de largo sobre los muros exteriores de las vías que
corresponden a línea A del Metro, que va de Pantitlán a los Reyes La Paz.
Importa señalar que muchas de las acciones graffiteras como las anteriormente
señaladas han sido llevadas a cabo mediante amparo legal o permiso público, en
la medida que han sido promovidas o permitidas por las autoridades locales para
su realización. Esta forma de trabajo ha sacado del anonimato a muchos
graffiteros, que sin embargo han dejado de ser reconocidos por los grupos que
aún se mantienen y actúan bajo los principios del anonimato, la ilegalidad y la
acción trasgresora.
Otra agrupación de jóvenes graffiteros, distinta a la
anterior, es la crew A.P.C., cuyo nombre significa “Ataca, Pinta y Corre”, que
tiene su campo de acción en la colonia Del Valle de la capital del país. Su
líder lleva el tag que le da nombre al grupo: APC, y tienen por filosofía los
siguientes principios:
- Dale forma a lo que no tiene: si hay una pared en blanco,
dale vida.
- Pisa (pon tu tag) sólo encima de alguien que no tenga tu
habilidad.
- No se puede rayar ni graffitear en escuelas ni en iglesias.
- Si eres ONE (o sea que no perteneces a una crew) pinta al
principio y al final de tu tag un punto.
- Si perteneces a una crew, pinta tu tag y abajo el nombre de
tu crew.
- No hay reglas ortográficas.
Los graffiteros desarrollan juicios estéticos y estilos de
vida que crean una identidad, propia de su generación, y como se puede observar
de obvia influencia de otros países en donde se desarrolla esta forma de
expresión.
Para los seguidores de la pinta ilegal, que constituyen la
gran mayoría de graffiteros, sus ejes son la velocidad y la acción rápida y
bien ejecutada, como si se tratara de la práctica de un deporte extremo; por
eso sus valores son: "más alto, más fuerte, más difícil". Hay otros
que buscan una expresión más crítica e identitaria, lo mismo que estética, y
pintan figuras como la de Emiliano Zapata, el Che Guevara, el Subcomandante
Marcos, o alusiones a las problemáticas de carácter indígena, urbana, sindical,
política, estudiantil, entre otras.
En el lenguaje graffitero es una constante el uso de términos
en inglés, lo que revela el origen del movimiento: tag, firma simple; bomb,
letras inmensas en dos dimensiones; wildstyle, letras con diseño intrincado;
3D, letras tridimensionales; hot line, línea luminosa que bordea las letras; in
line, línea dentro de las figuras.
La conformación del crew entraña una compleja organización.
No cualquier writer o graffitero puede integrarse al grupo; es admitido al
mismo sólo en base a su destreza, al considerar que su participación puede ser
beneficiosa para el resto del grupo.
Además de reconocer que el graffiti es un arte multicultural,
y no contracultural, las crews se rigen por un desarrollado sentido del honor y
del respeto, en donde se establece que una pieza de otro writer no puede ser
borrada hasta que la pintura empieza a deteriorarse, y que no se debe utilizar
el nombre de otro artista para firmar el propio trabajo.
Incurrir en cualquiera de estas dos faltas se considera una
imperdonable afrenta hacia el otro, y puede suponer la inmediata expulsión de
la crew. La competencia que existe entre los diferentes grupos es enorme, pero
siempre entendida desde una perspectiva de honorabilidad y respeto.
Aunque el graffiti desde el momento mismo de su gestación
nace como un arte ilegal por estar realizado en propiedades privadas y sin
permiso, el verdadero writer no es un criminal, ni distribuye drogas, ni
pertenece a ningún gang, y pese a los peligros en forma de fuertes multas y
cortas sentencias de encarcelamiento que amenaza la realización de las grandes
piezas, continúan fieles a la llamada del arte y a la necesidad de expresarse.
La mayoría de estos writers son además artistas de gran
integridad que no realizan su actividad por dinero, por lo que muchos de ellos
se niegan a la explotación comercial de su trabajo, e incluso los más puristas
se niegan a pintar en las cada vez más extendidas paredes "legales".
Es importante señalar que el graffiti es un arte sin límites
de expresión, a pesar que sus piezas tienen un tiempo determinado de vida,
debido al deterioro y a la intemperie a la que se ven sometidas en la calle. No
obstante, se trata de una propuesta de arte marginal y trasgresor que sigue
vivo y vigente, con todo y ese carácter provisional que lleva a los writers a
perpetuarlo por medio de fotos de sus trabajos, o de la actual proliferación de
revistas impresas y electrónicas sobre este peculiar arte urbano.
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