SEÑOR ECCE HOMO
En este mes de julio se recuerda que en
1742 el obispo de Valladolid Matos y Coronado cumplió con la sentenciado de que
la imagen del Señor Ecce Homo que se veneraba desde el siglo XVI en la capilla
de mulatos, igual que la Virgen de la Soledad, fuese entregado por la
congregación oratoriana. Este fallo se cumplió y en una nutrida procesión se
cambió a la parroquia de San Miguel.
Esto no dejó satisfechos a muchos, entre
otros, los “dueños” de la imagen, los mulatos. También las comunidades que
acostumbraban en su fiesta, la feria de San Miguel, se le presentaran sus
ofrendas, los famosos xúchiles, los que todavía por muchos años, siguieron
llevando al oratorio de San Felipe Neri.
La imagen permaneció durante muchos años
en el altar principal de la parroquia, luego que se terminó su hermoso camarín
levantado sobre la cripta que, falsamente, se le atribuye al gran Arq. Eduardo
Tresguerras. La cripta se levantó cuando todavía era un niño. Fray Francisco de
Ajofrín la encuentra terminada en 1764 y en proceso el Transparente.
Tresguerras nace en 1759, cinco años antes. Por otra parte, en 1777 fray
Agustín de Morfi lo encuentra terminado y en servicio, para esas fechas
Tresguerras tenía 18 años apenas.
Tristemente, hoy sólo tenemos, que yo haya
visto, una fotografía antigua en donde se aprecia el transparente que permitía
ver desde la entrada a la parroquia la imagen del Señor Ecce Homo. Varios
señores curas fueron haciendo modificaciones al camarín y al altar mayor y
finalmente terminaron, ahí lo conocí yo, en un altar de ese camarín pera ya sin
la belleza original del espacio al que se accedía por el lado poniente, cerrado
ahora por el altar de San José.
Durante muchos años el Señor de las
Angustias, el Señor de los Desamparados, el protector del buen temporal, de las
cosechas y de sus frutos. A él se acercaban tanto el indígena, como el mulato,
el criollo o el español. El señor Ecce Homo dejaba la capilla del altar mayor
para recorrer las calles de la población y allí recoger las fervientes suplicas
de sus moradores. Dice Don Cornelio: cuando a los sanmiguelenses les llegaba la
lumbre a los aparejos, a voz de cuello rezaban: Jesucristo aplaca tu ira, tu justicia
y tu rigor y por tu preciosa sangre, Misericordia Señor.
Eran los años de las epidemias, del
cólera, de la viruela, del tifo o de la gripa. Los años de las hambrunas y de
las guerras interminables. En todas esas Angustias encontraban en él, la
respuesta a sus necesidades.
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