Por el honor de México
Por
José Manuel Villalpando
Director
general del INEHRM
¿De veras existieron los Niños Héroes?, ¿no estaban arrestados por borrachos?, ¿es cierto que alguno se arrojó al vacío envuelto en la bandera nacional? En estos días patrios, resurgen inquietantes preguntas sobre éste y otros tópicos que demuestran hasta qué grado hizo daño la desacreditada historia oficial.
El tema de los Niños Héroes, convertido en
un mito sagrado del santoral cívico, se ha manipulado hasta alcanzar el efecto
contrario al que buscan sus patrocinadores: en lugar de que los mexicanos nos
sintamos conmovidos y dispuestos a seguir el ejemplo de los Niños Héroes, más
bien nos cuestionamos su existencia, dudamos de la veracidad de los relatos y
hasta nos permitimos aventurar teorías que denigran su memoria.
La culpa de estas inquietudes —blasfemias
sacrílegas para los cultivadores de la historia de bronce— es indudablemente de
quienes han usado y abusado de este suceso histórico para tratar de convertirlo
en una hazaña sin par, inmaculada, sagrada y provista de todas las virtudes y
méritos de una mexicanidad mal entendida.
Basta con escuchar los anuncios oficiales
que nos llaman a recordar la gesta del 13 de septiembre y las representaciones
que de ella se hacen para, con un poco de malicia histórica, descubrir que
siguen intentando convencernos de algo que no existió; ocultan, en cambio, el
verdadero acto heroico tan sencillo y humanamente entendible; prefieren
agregarle imaginación épica para engrandecerlo y agigantarlo, porque les parece
muy poca cosa la muerte de unos cuantos muchachos que defendían su Colegio,
allá en Chapultepec.
En primer lugar, debo afirmar que los
Niños Héroes sí existieron. No cabe duda alguna de ello y su existencia real
como personas y como alumnos del Colegio Militar está perfectamente bien
demostrada. Los seis nombres que todos recordamos existieron en realidad, y los
seis perdieron la vida en las batalla del 13 de septiembre de 1847.
En segundo término, también hay que
aclarar que ni estaban arrestados, ni estaban borrachos; pero tampoco, como
pretenden las narraciones oficiales, ofrendaron su vida con valor en aras de la
patria mancillada por las balas del invasor.
La verdad es que la muerte los encontró
cuando combatían y, como todo militar en combate, trataban de salvarse en la
refriega, de no morir. Por cierto, en los testimonios que existen de la época,
nadie habla de que estuvieran dispuestos a morir, sino sólo de que peleaban por
su colegio.
En realidad, ése fue el verdadero acto
heroico: una cincuentena de jóvenes decidió quedarse a la batalla, a pesar de
que se les ordenó retirarse del Castillo de Chapultepec. Todos fueron héroes,
pero algunos perdieron la vida al cumplir la palabra empeñada colectivamente.
¿Cómo murieron los Niños Héroes? He aquí
la circunstancia de cada uno: Juan de la Barrera, que ya no era cadete sino
oficial de ingenieros, cayó acribillado mientras defendía una trinchera.
Vicente Suárez fue el único que enfrentó cara a cara a los estadounidenses y
murió sosteniendo su posición de centinela, después de marcarles el alto y
disparar contra ellos. Agustín Melgar estaba parapetado tras unos colchones
desde los que hacía fuego contra el enemigo; lo hirieron gravemente y murió
días después, víctima de la mala atención médica. Fernando Montes de Oca y
Francisco Márquez fueron literalmente cazados a tiros cuando, junto con la gran
mayoría de los cadetes, trataban de escapar del castillo y se descolgaban por
una de las paredes.
Por último, Juan Escutia no era alumno del
Colegio sino que se unió a los defensores. Sostengo que se trataba de un
soldado del Batallón de San Blas que, sobreviviente de la matanza de que fue
víctima esa unidad en las faldas del Cerro del Chapulín, se refugió en el
castillo y trató de escapar con los muchachos, falleciendo al ser alcanzado por
la metralla invasora mientras descendía por la pared de la fortaleza. Por esa
razón, al pie del cerro se encontraron los cadáveres de Márquez, Montes de Oca
y Escutia.
¿Se arrojó Juan Escutia con la bandera
como dice la leyenda? Por supuesto que no, por la sencilla razón de que el
Colegio Militar no tenía bandera propia y la que estaba en el castillo, y que
aparece en las imágenes de la batalla, fue arriada por los soldados
estadounidenses, quienes la llevaron a su país como trofeo de guerra y la
devolvieron apenas hace algunos años.
Además, cuando se recogieron los cadáveres
de quienes había muerto en la batalla, nadie dijo nada de un chico que
estuviese arropado en una bandera. Por otra parte, pretender salvar la enseña
patria aventándose al vacío es una tontería: de todos modos los invasores la
tomarían al recogerla de los restos mortales del suicida.
Digamos otra cosa más: hay que visitar el
castillo para comprobar que el asta bandera donde ese día ondeaba el estandarte
nacional está en el centro del edificio y sobre el patio de honor. Aunque
Escutia hubiese corrido por toda la azotea para tratar de tomar vuelo y saltar
hasta el cerro, no lo hubiera logrado y necesariamente se estrellaría en los
patios del castillo.
¿Los Niños Héroes eran verdaderamente
niños? Claro que no. El mayor de todos, Juan Escutia, tenía ya 20 años y medio;
Juan de la Barrera, 19 años con 3 meses; Agustín Melgar estaba a punto de
cumplir los 18; Fernando Montes de Oca alcanzó los 18 años con 4 meses; Vicente
Suárez tenía 14 años con 5 meses, y el más chico, Francisco Márquez poco menos
de 14. En realidad, en términos de madurez, y sobre todo en esa época en la
cual la expectativa de vida era mucho menor que la actual, ninguno de ellos
puede ser clasificado como “niño”, pues un par de ellos estaban ya en la
adolescencia y los otros cuatro en la juventud, aunque quizá los que rodeaban
la veintena andaban ya en la madurez y podían hasta contraer matrimonio, porque
ésa era la edad promedio para casarse en aquellos tiempos.
¿Son auténticos los restos de los Niños
Héroes que por decreto oficial se veneran en el monumento de Chapultepec? Ésta
es quizá una de las mayores y más groseras falsificaciones de nuestra historia.
Los dictámenes en los que se fundamenta el decreto que reconoce su autenticidad
fueron deliberadamente manipulados, o más bien, fueron manipulados los restos
óseos de los Niños Héroes para que aparecieran conforme a las leyendas: se dijo
que se encontraron seis osamentas, una perteneciente a un adulto mayor de 18
años y las otras cinco, a niños menores de 14; de inmediato, los
“historiadores” que avalaron con su firma el dictamen identificaron los huesos
adultos con los de Juan de la Barrera y los otros, con los de los cinco
cadetes, pensando que en efecto serían niños.
Pero cometieron un pecado gravísimo e
imperdonable para un historiador que se precie de serlo, pues no revisaron un
documento fundamental: la fe de bautismo de cada uno de ellos. Alguien sembró
los restos a propósito, cuidando que coincidieran con la creencia de la
infantilidad de los cadetes y sin tomar en cuenta la verdadera edad de cada
uno; y alguien más se atrevió a falsear la verdad histórica para satisfacer las
ansias de contar con un mito heroico.
Porque hablando claramente, los llamados
Niños Héroes, es decir, los alumnos del Colegio Militar, sí fueron héroes en el
sentido pleno de la palabra al dar una muestra de valentía, de honor y de
decoro que, en efecto, debe ser ejemplo para la juventud: prefirieron
sacrificar la comodidad, la seguridad, la tranquilidad, la esperanza de una
vida anodina, con tal de cumplir con su deber y quedarse a enfrentar al invasor
para defender su colegio. Si en la refriega algunos murieron, ése fue el precio
que pagaron por mantenerse dignos y demostrarle al resto del ejército, y sobre
todo a los oficiales y generales, cómo se cumple con el deber.
Debo reiterarlo: fueron héroes no por
haber muerto, sino porque ellos, junto con medio centenar más de cadetes,
resolvieron combatir aun a costa de su vida. Por eso, a los sobrevivientes
también debemos concederles los laureles de la heroicidad y no sólo a aquellos
que les tocó en suerte morir.
En realidad, todos merecen el recuerdo agradecido de la patria y de los mexicanos. No se necesita falsear la historia para ello ni tampoco inventar hazañas inexistentes. Es suficiente con lo que verdaderamente hicieron.
Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México | Secretaría de Educación Pública • 2012
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