La virgen de Loreto de San Miguel el Grande. Entre el arte, el patronazgo y la devoción
La pequeña habitación donde vivieron la virgen María y Jesús es considerada por la Iglesia católica como una portentosa e invaluable reliquia, por lo que se colocó dentro de un receptáculo de mármol para protegerla y se construyó un santuario para propiciar su culto y devoción.
Desde 1554 se reconoció a la Compañía de Jesús como Penitenciarios Apostólicos del Santuario de la Virgen; con ello, los jesuitas se convirtieron en sus principales promotores. En la Nueva España, en específico en la ciudad de la Puebla de los Ángeles, se conocen desde el siglo XVII ejemplos de devoción hacia la lauretana; sin embargo, de manera oficial fueron los ignacianos italianos Juan Bautista Zappa y Juan María Salvatierra quienes solicitaron se trajesen “de la Italia las medidas y tamaños de la casa, y juntamente un rostro y manos de la Virgen, y así mismo del Niño Jesús”. A partir de esta petición se construyó en la iglesia y colegio de San Gregorio de la Ciudad de México, la primera capilla lauretana que reproducía con exactitud la casa de Nazaret, y fue ésta el paradigma para la estructura que tendrían las siguientes casa-capillas que se fundaron durante el siglo XVIII en territorio novohispano.
Además del arribo de bienes y fortunas, los nuevos linajes que llegaron a la villa llevaron consigo elementos culturales y religiosos que repercutieron en la región. Un ejemplo de esto es la devoción a la virgen de Loreto, que contó con el amparo del conde Manuel Tomás de la Canal Bueno de Baeza, caballero de la Orden de Calatrava y de la congregación del Oratorio de San Felipe Neri, que se instaló en la villa a principios del siglo XVIII tras la visita que realizó el religioso queretano Juan Antonio Pérez de Espinosa.
La fortuna económica del caballero de Calatrava fue la que facilitó la pronta construcción de una capilla lauretana. Él, junto con su esposa María de Hervás y Flores, aportaron de su caudal todo lo necesario para la construcción de la capilla y los implementos necesarios para la liturgia y su adorno. Es necesario establecer que los filipenses tenían una relación previa con el conde de la Canal, pues años atrás éste encomendó al arquitecto Pedro Rojas la factura de dos retablos con diez lienzos y una escultura para el templo filipense.
El proyecto fundacional convenía a la Congregación, un tanto por el ingreso de limosnas, pero sobre todo por el prestigio que implicaba la construcción de un santuario que quedaría a su cargo. Para el conde de la Canal, el patronazgo de una capilla en la villa sanmiguelense formaba parte de su nuevo plan de vida, por el cual mudaría su residencia y negocios a esa pequeña ciudad que se veía beneficiada por las rutas comerciales que se trazaban al norte del virreinato, debido al apogeo de la minería y de las haciendas ganaderas.
Claude Morin señala que la industria de los obrajes textiles fue próspera “bajo la iniciativa interesada de Manuel Tomás de la Canal, caballero de Calatrava, especie de mercader-fabricante, que hacía trabajar en maquila a los tejedores de sarapes y rebozos”. La familia de la Canal se sumaba a los otros dos linajes: los Sauto y los Landeta, que formaban la oligarquía económica y administrativa de San Miguel el Grande. Fue entonces que, el 12 de mayo de 1734, el obispo Juan de Escalona y Calatayud otorgó licencia para la fundación y construcción de la capilla.
La obra estuvo dirigida por Francisco de los Reyes, indio cacique originario del pueblo de Santiago Tlaltiloco, quien fungía como maestro mayor en la fábrica, y por el maestro segundo, “el indio ladino de lengua castellana Gregorio López”. Existía un modelo constructivo iniciado en el colegio de San Gregorio de la Ciudad de México, proseguida en la capilla del seminario de San Francisco Xavier Tepotzotlán, donde es bien conocida la participación del conde de la Canal en su refundación. Tanto la capilla de Tepotzotlán como la de San Miguel el Grande tienen similitudes estructurales y ornamentales. Ambas son la réplica exacta de la habitación de Nazaret, por lo que miden nueve metros de largo por cuatro de ancho. Las paredes externas están decoradas con ladrillos simulados, aunque a la de San Miguel se le retiraron estos detalles en la restauración de 1835.
Dentro de los lineamientos del mayorazgo se agregó una partida de 600.00 pesos para la fundación de la Escuela de la Santísima Virgen de Loreto, que tenía la finalidad de alabar a María y estudiar sus virtudes. Se dejó asentado que sus integrantes tenían la obligación de visitar la Santa Casa, sobre todo en determinadas festividades, asistir devotamente a la Santa Misa de divinos oficios en esa capilla, y ejercitarse en otras obras de piedad, ya en la hermandad, ya privadamente, como confesarse, hacer oración, asistir a las procesiones ordinarias y extraordinarias, tanto de la cofradía como de otras que, con licencia del ordinario, se hiciesen en la Santa Escuela, asistir al entierro de los muertos, acompañar al Santísimo cuando se lleva a visitar a los enfermos, y si no pudiere, rezar un Padre Nuestro, Ave María, por el enfermo […]. Recibir en casa peregrinos, procurar la paz con los enemigos y reconciliar a los enemistados, reducir a algunos al camino de la salvación, enseñar la doctrina cristiana a los ignorantes, visitar a los enfermos, consolar a alguno en sus adversidades, orar por los cofrades difuntos, y ejercitarse en toda suerte de obras de misericordia, corporales y espirituales.
La aprobación para su establecimiento llegó a San Miguel en enero de 1737, gracias a las mociones efectuadas por el oratoriano Luis Felipe Neri de Alfaro. Se constituyó como una cofradía integrada por no más de 72 devotos o esclavos de Loreto -como se autonombraron-, sin que hubiese impedimento por el género; sin embargo, todos debían ser de origen español.
Su estructura interna estaba encabezada por el Hermano y Hermana Mayor, siendo los condes los primeros que ocuparían estos cargos; a la muerte de ambos se votaría para elegir a los nuevos directivos. Los miembros estaban encargados de manejar los bienes de la capilla, de vigilar el cumplimiento de los estatutos del mayorazgo y, a falta de un descendiente varón en la familia de la Canal, tenían la facultad de administrar el caudal y las propiedades establecidas dentro del mayorazgo. Con la creación de esta asociación se favorecería el flujo constante de dinero y la presencia cotidiana de devotos, que ayudarían a la propagación de las mercedes de la Virgen.
Al parecer, la Escuela fue efectiva por lo menos durante el siglo XVIII, ya que para 1838 se autorizó la creación de la denominada “Esclavitud lauretana”, una asociación piadosa exclusiva para mujeres que se encargaría de la organización de las festividades, el cuidado y adorno de la capilla y que además tendría la custodia y conservación de la escultura de la Virgen. El hecho de fundar una nueva “esclavitud” permite suponer que para el siglo XIX la Escuela de Loreto era inoperante, ya que sería innecesario el establecimiento de una institución que desempeñase las mismas actividades que otra ya existente.
Recordemos que, en 1835, la capilla de Loreto fue modificada en su decoración y estructura, pues los herederos del Conde dejaron de cumplir con las obligaciones económicas dispuestas en el mayorazgo y la capilla se encontraba en completo abandono. Es posible aventurar que fueron algunas devotas a la Virgen, apoyadas por los filipenses, quienes decidieron constituirse como una corporación dedicada al mantenimiento de la capilla, a la promoción del culto y a la protección de la escultura de la Virgen, como en algún momento lo había hecho la Escuela de Loreto. Hoy día sigue vigente esta asociación piadosa; las esclavas lauretanas continúan encargadas del adorno de la capilla y de vestir a la Virgen en su festividad.
La escultura que preside el retablo principal de la capilla tiene los rasgos iconográficos tradicionales para representar a María en su advocación de Loreto; es decir, porta sobre su cabeza una tiara pontificia con tres coronas, carga en su costado derecho al divino Infante -que sostiene la esfera del mundo en una de sus manos- y viste una basquiña adornada de manera espléndida con joyas e hilos de perlas.
La factura de la escultura de bastidor es de origen italiano. Según se comenta por tradición, ésta llegó a la villa después de la muerte de ambos condes, en 1749, por lo que fue su hijo José María Loreto de la Canal quien la recibió. Al igual que la lauretana que encargaron los jesuitas Zappa y Salvatierra, únicamente se enviaron las manos y la cabeza de la Virgen y su hijo, a la espera de ser acabada por imagineros novohispanos. Esta información hace suponer que durante 14 años el retablo de la santa Casa permaneció con una imagen provisional, en espera de la escultura.
Quizá, este sitio fue ocupado por la pintura propiedad de los condes, que quedó vinculada al mayorazgo. Ésta era de tres cuartas, poco más o menos, pintada en tafetán de medio cuerpo, color moreno, campo azul con estrellas y su rótulo en contorno que dice Vera Efigie Beatísima Virgini Maria Lauretanae, tocada del original […] por lo que hemos procurado siempre su mayor culto, teniéndola en la sala principal de nuestra casa con luz de día y de noche.
Tenía ésta mayor semejanza con la imagen original de la lauretana, que era una pintura de tez oscura. Para los virreinatos novohispanos se prefirió “blanquear” a las vírgenes, por considerar que en estos reinos el color denegrido era vil, tal como lo propone Luisa Elena Alcalá. Así, desde la lauretana del Colegio de San Gregorio imperó la blancura en la tez de las representaciones de esta advocación. Sin embargo, el conde prefirió, en el ámbito de lo privado, conservar el color oscuro de la virgen lauretana, en el entendido del valor divino que implicaba la similitud de la copia con el original.
Por todo lo anterior, es indudable que la devoción a la lauretana por parte de la familia de la Canal, “rebasaba la mera piedad y constituía una seña de identidad y prestigio social”; por ello las casas que habitó la familia en San Miguel presentan una talla de la lauretana. La más conocida es la que se encuentra en la Casa del Mayorazgo, donde aparece la Virgen sobre la habitación de Nazaret, flanqueada por los escudos nobiliarios de la familia. Finalmente, el último heredero del mayorazgo que heredó los títulos, bienes y el nombre de María Loreto fue Lorenzo María Loreto de la Canal y de la Canal, quien, hasta el día de su muerte, sucedida en 1847, ostentó el título de Caballero del Hábito de Calatrava, Alférez Real de la Villa de San Miguel el Grande.
La instauración del culto y devoción a la virgen de Loreto en la villa de San Miguel el Grande fue un proceso en el cual estuvieron implicados diversos intereses y personajes. Si bien la lista la encabeza Manuel de la Canal y su familia, no se puede omitir la participación y apoyo del regidor José de Landeta y de la congregación del Oratorio de San Felipe Neri. La virgen de Loreto fue parte importante en la configuración de la identidad de la villa de San Miguel el Grande y de los elementos culturales que llegaron en el siglo XVIII a ese próspero bajío.
Fue así como la devoción a la virgen de Loreto inició sin una imagen, que se configura en el imaginario de una población que la evoca a partir de una estampa, que se construye con su presencia en las fachadas de edificios civiles y que perdura por la edificación de un “santuario” para su culto. La virgen de Loreto es más que un mayorazgo, más que un nombre que acompaña a un título de nobleza, más que el nombre de un barrio, de una calle; es la patrona de San Miguel, su protectora, la depositaria de las oraciones de las esclavas lauretanas: es la construcción de una devoción forjada entre milagros, riqueza y religiosidad.
ERIKA GONZALEZ LEON
UNAM
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