La Parroquia de San Miguel Arcángel
El 9 de julio de 1564, Tata Vasco obispo de Michoacán, erige la parroquia en SMA.
Don Cornelio López dice que el edificio primitivo que
albergó la parroquia de San Miguel Arcángel fue la iglesia de San Rafael,
llamada por esta razón en épocas preteridas, la parroquia vieja o templo de la
fundación. A partir de entonces la Misión de San Miguel desaparece de los
anales de la orden franciscana.
“…se construyó la primera iglesia hacia los años de 1578
pues según dicen las ordenanzas de ese año, a los indios que robasen ganado de
españoles se les condenaba por los dueños, el tiempo que les pareciere en el
edificio de la iglesia de la villa de San Miguel que al presente se edifica”.
Corresponde al ilustre fray Juan Ortega y Montañas, obispo
de Valladolid desde 1682 dar la orden para que se construya la nueva parroquia.
En 1698 donó a la parroquia de San Miguel el grande mil pesos para continuar la
construcción del templo. Este dinero provenía de la venta de una hacienda o
casa de adeudos por concepto de diezmos.
Fue construida en forma de cruz latina, orientada de norte a
sur con dos capillas laterales, una destinada al Señor de la Conquista, en
aquel entonces también llamado El Señor de las Batallas, y frente a él la
capilla de la Virgen de los Dolores. El cuerpo central o nave principal fue
edificado con base en arcos de medio punto, situación que facilitará siglos
después, convertirlos en las capillas de la Virgen del Carmen y del Rosario.
La Parroquia estuvo dotada de una puerta principal hacia el
norte y otra lateral hacia el poniente, precisamente en medio del arco que en
la actualidad forma la capilla de la Virgen del Carmen. Esta puerta lateral
tenía en el exterior la portada que en el presente sirve de lateral y mira
también hacia el norte. En 1709 el templo tuvo una torre de dos cuerpos en su
lado poniente. En 1740 se le añadió una segunda torre, ahora de tres cuerpos en
el lado opuesto.
Por error se le ha atribuido al arquitecto Tresguerras la
construcción del camarín del Señor Ecce Homo, no pudo serlo pues cuando nació
en 1759 y cuando tenía cinco años fray Francisco Ajofrín encontró terminada la
cripta y en proceso el transparente (1764) y para 1777, en que fray Agustín de
Morfi lo encuentra terminado y en servicio, Tresguerras tenía 18 años.
A la imagen del señor Ecce Homo se le rindió culto en la
primitiva iglesia de la Soledad, construida por los españoles fundadores
apoyados por los indígenas traídos de diferentes lugares vecinos, según las
disposiciones del virrey Don Luis de Velasco.
Siendo párroco el Lic. Juan Manuel de Villegas y Villanueva
(1737-1776) se inició la construcción del camarín detrás del altar mayor. Se
aprobó el proyecto que incluyó una cripta debajo del camarín, destinada para
sepulcro de los párrocos y sacerdotes diocesanos que murieran en San Miguel y
sobre ella se edificó la capilla que en el centro tenía un pequeño altar
barroco. La imagen del Señor Ecce Homo lucía esplendorosa iluminada por el
transparente, dentro de un ciprés policromado. Desafortunadamente los gustos
artísticos hicieron que se modificara este recinto.
El señor cura Alejandro Quesada (1840-1846) modifica el altar mayor de estilo barroco pasa a neoclásico, imitando el altar mayor del Sagrario de México y el acceso del camarín que era por donde hoy está el altar de Señor San José. Entre 1890 y 1918 el pueblo no acepta que la venerable imagen de su protector deje el lugar principal del altar mayor. El párroco se ve obligado a remover el baldaquino e improvisa el altar, bajo el arco triunfal. En 1918 el señor cura José Refugio Solís amplía hacia el sur el presbiterio reduciendo el camarín y levanta un ciprés para la exposición del santísimo y por atrás del mismo levanta dos escalinatas de cantera para subir y bajar durante esta ceremonia. La imagen del Señor Ecce Homo terminara durante muchos años en al altar sur del camarín hasta que recientemente se le ha colocado debajo del arco de ingreso de la capilla de Nuestra Señora de los Dolores.
La Dra. Mina Ramírez dice:
“El edificio era de planta rectangular, como la mayoría de
sus contemporáneos, media diez y media varas de ancho por cincuenta y una de
largo; sus paredes eran de piedra, de la que llamaban “pelada”, carecía de
contrafuertes, por lo que en el siglo XVII se reforzó con arbotantes para
evitar el desplome. La cubierta era de madera, debió haber tenido un espléndido
artesonado a la manera mudéjar, como muchos hubo en las iglesias de aquel
obispado.
La ruina que amenazaba la techumbre y el dictamen de
sobrarías fueron factores que influyeron para sustituirla, pero sobre todo el
deseo de transforma un edificio viejo, útil entonces, por otro de mayor
lucimiento para satisfacer las aspiraciones de clero y de una elite, ambas
clases generadoras de un potencial económico, capaz de llevar a cabo tal
empresa.
En 1690 el cura don Francisco de la Fuente Arámburo y el
Justicia mayor Pedro Morillo Velarde, a nombre propio y de la villa denunciaron
las ruinas en que se hallaba el templo principal de San Miguel, aducían que los
novenos del diezmo habían sido concedidos desde la erección y de manera
perpetua, para la fábrica material de la parroquia. Los efectos paraban en
distintas personas del obispado, por lo que solicitaban al virrey que dichas
cantidades fueran requeridas y con ellas se labrase iglesia de nuevo.
Atento a las suplicas, el virrey conde de Galve, ordenó al
maestro de arquitectura y alarife Marcos Antonio Sobrarías, vecino de la ciudad
de México para que, junto con otro maestro de dicha villa, viniese y
reconociesen la dicha iglesia, el estado en que se hallaba y ruina que
amenazaba, y si el estado que tenía era capaz de reparo o aderezo o si
necesitaba sacarla de cimientos.
El ocho de marzo de ese mismo año el Arq. Sobrarías paso a
revisarlo y dio su parecer:
Que “…no entrase ninguna gente en la iglesia, antes si, era
de parecer se sacase a su divina Majestad. Que hay capilla de la Soledad, donde
puede estar su divina Majestad, en ínterin que vuestra excelencia determina lo
que fuere servido y es necesario para el desbarato de dicha tijera, mucha
disposición porque no suceda algunas desgracias”.
Sugiere, “…ampliar la planta y agregar le cruceros y
reconoce que en la villa hay muy buena piedra. Y habiendo hecho las diligencias
de todos los materiales y distancia que hay de los parajes donde están, para
ver poco más o menos lo que podrá costar y por lo que me han informado los
habitadores de esta villa, según las compran, hallo costará cincuenta y ocho
mil pesos, más o menos, haciendo la obra llana, sin mucho adorno de portadas,
cornisamentos y adorno de toda ella. Y lo firmó conmigo dicho alcalde mayor y
los testigos de mi asistencia, estando presentes el capitán don Antonio de
Urtusáustegui, Santiago de Retis, don Antonio de Vargas y Pedro Madera”.
Marcos
Antonio Sobrarías.
El virrey dio su mandamiento el 15 de julio siguiente para
que Sobrarías se encargará de ejecutar la obra, conforme a las trazas señaladas
en su primera visita a la villa. Se le asigna un salario de 1,460 pesos
anuales, además de 300 que recibiría por el tiempo que invirtió en su viaje a
San Miguel y por la traza que dio para la nueva obra.
Durante dos años Sobrarías trabajó en la construcción dl
templo, en septiembre de 1692 escribía al virrey: que dicha iglesia se halla
casi toda luneteada, con su cornisa y encapitelada y un arco toral y bóveda del
coro y bautisterio, pero… se acabó y dinero y aun le deben.
Sigue demandando su salario en 1696, 1697 y 1698, que es
cuando se le compele a Sobrarías a que regrese a San Miguel a proseguir la
obra. El virrey nombra un nuevo arquitecto, Juan Antonio de Guzmán, maestro
mayor de su arte. Sobrarías se queda en la capital y junto con otros maestros
de arquitectura trabaja en la catedral metropolitana y en la reedificación del
palacio real en donde colaboró en el diseño de la planta hecha en1709.
Ante esta información de don Cornelio López y la Dra. Mina
Ramírez me atrevo a aventurar una hipótesis de que el cambio de arquitecto pudo
haber sido el motivo que provocó la ruina de las torres pues el salario que
recibe él y sus ayudantes es notoriamente inferior y es a ellos quienes
terminan con la fachada en 1709, recordando que en su diario el señor cura José
María Correa dejó escrito que la torre parroquial “amenazaba a ruina”; el
estado de la torre poniente obligó que para esas fechas se quitaran sus
campanas, a causa de los daños que presentaba su estructura. El frontispicio
estaba cuarteado de arriba hacia abajo a partir de la bóveda del coro, hasta el
cerramiento de la puerta principal.
El arquitecto Marcos Antonio Sobrarías nace aproximadamente
en 1646, para 1682 se comienza a tener noticias de su actuar profesional como
veedor de su gremio a partir de esa fecha presentó varios proyecto y
reconocimientos de casas y conventos de la ciudad de México.
El pórtico de la parroquia es un ejemplo de una construcción
extemporánea den el paisaje de San Miguel. Apreciada por muchos, ninguneada por
los menos, su estilo quiso ser gótico, pero a pesar de sus defectos
arquitectónicos merece el cariño de los buenos sanmiguelenses. Esa fachada, con
su desafiante grandeza y con sus líneas verticales, rompe la armonía de la
ciudad colonial.
Cuando el señor obispo Sollano ordenó la destrucción de
antiguo pórtico y la erección del actual tal vez quiso manifestar su rebeldía
por las formas en boga que contradecían su concepción espiritual del mundo
representada por el neoclásico triunfante, destructor del barroco, cargado de
exuberante religiosidad.
Un hecho que ha pasado desapercibido, consiste en que a
fines del siglo XIX fachada de la Parroquia “amenazaba a ruina” como dejó
testimonio escrito el párroco Correa. El estado de la torre poniente obligó que
para esas fechas se quitaran sus campanas, a casusa de los daños que presentaba
su estructura. El frontispicio estaba cuarteado de arriba hacia abajo a partir
de la bóveda del coro, hasta el cerramiento de la puerta principal.
Don Zeferino Gutiérrez al levantar el nuevo pórtico, tuvo
especial cuidado de no deteriorar mas el antiguo. Esta circunstancia es un modo
valido para apreciar mejor el esfuerzo e ingenio de quienes pretendieron salvar
la primitiva iglesia conservando, aunque fuese ocultas aquellas partes que
deberían ser conocidas por las futuras generaciones, pues, en resumidas
cuentas, lo único que se destruyó del inmueble original fueron sus torres
laterales.
Se construyó en pocos años, tomando en cuenta las
circunstancias adversas de aquellos tiempos. Los fines de semana el pueblo en
faenas. Los niños acarreaban arena en pequeños costales, sus madres, piedras
acordes con sus fuerzas, los mocetones cargaban pesadas rocas en la espalda,
mientras otros en carretas y carretones, animaban aquella romería que iba y
venia del río laja a San Miguel. Ponían la nota alegre otros jóvenes con sus
gritos y risas ayudados por animales, mientras transportaban aquellas piedras
enormes que servirían de sillares en la construcción. La madera para los
incontables andamios que continuamente debían ser reforzados era traída de los
cerros de Alcocer, hacienda propiedad de la familia del querido obispo Sollano.
Trabajo de hormigas. Trabajo de años. Trabajo sin sueldo. Trabajo de un pueblo
que deseaba con sus esfuerzos embellecer a su templo mayor. Un templo digno de
su fe.
La Dra. Mina Ramírez opina:
“Es verdaderamente una lástima que todos cuantos conocen
esta iglesia, tan solo recuerden la fachada pseudo gótica que vino a ocupar el
sencillo monumento del arte dieciochesco”.
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