MI
PAPA
Cumpliendo
con la cita quincenal y con la venia del todopoderoso estoy aquí para hablar de
las cosas bellas que tiene nuestra ciudad; este pueblo encantador que hoy abre
sus brazos para recibir a tanta gente que, atraída por la fama de este prócer
lugar, viene a conocer.
Unos
llegan y otros se van. Mi hijo menor, ilusionado por el capullo que anuncia la
flor de su matrimonio, ayer tuvo el trago amargo de ver apagarse la luz de los
ojos del abuelo que, cumpliendo también a su cita, emprendió el viaje hacia el
Creador.
Conoció
mi papá un San Miguel tranquilo, con aquella paz de las poblaciones pequeñas
que, lejos de la prisa citadina, pueden darse la dicha de “perder el tiempo”, disfrutando el placer de la conversación banal
que les hace enterarse de los sucesos frescos de un pueblo donde todos se
conocían y donde se conocían todo.
En
“El libro de San Miguel”, Eladia
González lo dice de una manera deliciosa:
“Entre los arroyos de la cañadita, las
Cachinches, el Atascadero y el Obraje, San Miguel de Allende es un pañuelo de
colores tendido al sol. Cuando dejan atrás las llanuras del altiplano y se
entra a la población por el camino real de Querétaro, las calles se precipitan
en suave caída de oriente a poniente. Desde los manantiales del Chorro hasta el
río de la Laja, San Miguel es un rumor de agua que escurre por pasadizos
subterráneos. En las primeras horas de la mañana, el sol, fiel compañero de andanzas,
matiza las piedras chinas que recubren las calles, sonrosa las cúpulas de la
iglesia y entibia el interior de las casas. Al mediodía, el cielo impecable
intercambia miradas azules con las torres góticas de la Parroquia de San Miguel
Arcángel. Al atardecer, se inflama la hoguera que anuncia el ocaso y él se
despeña tras la silueta oscura de la sierra de Guanajuato.
Noche negra
Noche plena de estrellas
Noche que llama a la luna
Luna redonda, oblea de plata
Luna de garra
Luna blanda de huevo tibio
Y
más adelante…
“…no ha cambiado su aspecto señorial ni
su espíritu festivo, no ha cambiado la transparencia de su aire ni la
cordialidad de su gente. En algo ha cambiado en los últimos años, es en haberse
enriquecido al abrirse al mundo. A San Miguel hay que tutearlo de vez en
cuando, olvidarse un poco de su muy respetable apellido, el actual le fue dado
en honor al Capitán insurgente Ignacio Allende, héroe de la guerra de
independencia. San Miguel de Allende, San Miguel el Grande, San Miguel
Izcuinapan, San Miguel de los muchos apellidos. San Miguel es un viejo sabio
que se acerca a los quinientos años de existencia, asimismo puede ser un joven
pleno de vitalidad. Yo lo tuteo cuando recorro sus calles, cuando me asomo a
sus amplios zaguanes y a sus hermosos patios. Cuando paseo alrededor del Jardín
Principal, como lo hice de joven y como lo hacen los jóvenes del presente. El
Jardín Principal es punto de encuentros y desencuentros; de amores y desamores.
Todos los fines de semana, locales y forasteros conviven en armonía bajo las
sombras de los laureles escuchando a los mariachis, la redova y el danzón. Las
antiguas iglesias de diferentes advocaciones y las casonas construidas por las
familias criollas durante la época del virreinato guardan incontables secretos:
secretos de confesión, secretos de cocina, amores secretos, envidias secretas,
secretos de alcoba. A través de sus paredes se escuchan las voces casi
imperceptibles que dieron paso a otras voces y que han llegado hasta nuestros
días para conformar el archivo de nuestra memoria”.
Pues
sí, de ese San Miguel se enamoró mi padre cuando llegó a los siete años de la
Congregación de Los Rodríguez, por la que siempre suspiró. Se cansó de recorrer
sus calles que, en retribución, le dieron una salud envidiable.
El
trabajo de albañil hizo sus manos fuertes, callosas, rudas, que en más de una
ocasión corrigieron mis desvíos. Pese a todo, el poco tiempo que le dejaban sus
tareas fueron inolvidables con todos.
Los
nietos lo recuerdan mejor pues el tiempo fue un atenuante para su carácter
recio y ellos disfrutaron de juguetes que salieron de sus manos y de su mente
creativa. Todo tenía un reúso y lo mismo los llevaba en bicicleta a ver los
patos de la fábrica que los paseaba en las polvorientas calles de la Guadalupe
en aquel carro de madera que hizo.
El
peso de los años sin embargo agrió su carácter dulce. Dos infartos y una
embolia frenaron sus pasos, pero, apoyado en su bastón, caminó hasta agotarse
por esas calles de Dios por las que se escapaba algunas veces. La paciencia de
mis hermanas no era suficiente para controlar sus acciones caprichosas. Sin sus
cuidados su vejez habría sido caótica.
Los
últimos días, aquellas manos fuertes se hicieron transparentes, débiles. Sus
piernas no respondían al indómito carácter de su espíritu. Su mente empezó a
deambular por mundos desconocidos para iniciar conversaciones con parientes y
conocidos que ya se fueron.
El
viernes, rechazó los medicamentos y, enterado, lo visité para ofrecerle su
comida favorita: las carnitas; -pa luego es tarde, dijo de inmediato y mi
hermana le apoyó a levantarse. Comió con apetito, las aderezó con salsa
martajada y pidió su coca. Nuestra plática él derivó en ese pequeño museo que
tuvo en su recámara y el comedor, con pinturas y fotografías de sacerdotes de
aquellos tiempos idos de las sotanas. Su cara se alegraba por momentos; pidió
un vaso de aguamiel que disfrutó despacio. Entre sorbo y sorbo un recuerdo, una
lágrima.
Al
retirar su mantel supe que la plática había terminado. Apoyado en mi brazo le
llevamos a su cuarto. Aquel león se dejaba conducir como un cordero. Rezaba en
silencio mientras sus lentos pasos recorrieron el pasillo. Al pasar por el
pequeño Oratorio que hizo con sus manos se santiguó. Se recostó en su cama y
cerró sus ojos cansados. Le cubrimos con su cobija. Eran las dos y media de la
tarde. Tres horas después se dieron cuenta de que se había vuelto a escapar
aunque ahora por un túnel de luz. Espero que al final de él, al despertar y
abrir sus ojos, haya sido como termina el salmo 17: “…al despertar, me saciaré
de Tu semblante”.
Cada
día aprendemos algo nuevo. Apreciemos hoy lo que tenemos. Soy enemigo de las
cadenas que circulan por la red pero me congratulo con quien me envió la carta
que hizo Gabriel García Márquez quien, enfermo, se ha retirado de la vida
pública con estos conceptos:
“Si por un instante Dios se olvidara de
que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese
tiempo lo más que pudiera posiblemente
no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen,
sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada
minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando
los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.
Si Dios me obsequiara un trozo de vida,
vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no
solamente mi cuerpo, sino mi alma. A los
hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse
cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse. A un niño le daría alas, pero le dejaría que
él sólo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega
con la vejez, sino con el olvido.
Tantas cosas he aprendido de ustedes, los
hombres…
He aprendido que todo el mundo quiere
vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la
forma de subir la escarpada.
He aprendido que cuando un recién nacido
aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene
atrapado por siempre.
He aprendido que un hombre sólo tiene derecho
a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de
ustedes, pero realmente de mucho no habrá de servir, porque cuando me guarden
dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo. Trata de decir siempre
lo que sientes y haz siempre lo que piensas en lo más profundo de tu corazón.
Si supiera que hoy fuera la última vez que te
voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el
guardián de tu alma.
Si supiera que estos son los últimos
minutos que te veo, te diría “Te Quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo
sabes.
Siempre hay un mañana y la vida nos da
siempre otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y
hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca
te olvidaré.
El mañana no le está asegurado a nadie,
joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no
esperes más, hazlo hoy, ya que si mañana nunca llega, seguramente lamentarás el
día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste
muy ocupado para concederles un último deseo.
Mantén a los que amas cerca de ti, diles
al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para
decirles, “lo siento”, “perdóname”, “por favor”, “gracias” y todas las palabras
de amor que conoces.
Nadie te recordará por tus nobles
pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos.
Finalmente, demuestra a tus amigos y
seres queridos cuanto te importan.
Hasta aquí Gabriel García Márquez y hasta aquí
este recuerdo. Gracias por todo y por siempre, Papá. Ahora ya estás con mis
abuelos y mi madre y aquellos dos hermanos que nunca vieron la luz, pronto te alcanzaré, cuando Él lo decida. Descasa
en paz.
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