Por: Luis Felipe Rodríguez
Don Eduardo Enrique Ríos dice: En 1540, fray Juan dejó su vergel
de Uruapan para encargarse de la guardianía del Convento de Santa María de
Gracia del pueblo de San Francisco de Acámbaro, en tierra de chichimecas. Este pueblo
había sido fundado el 19 de septiembre de 1526 por el cacique otomí Nicolás de
San Luis, capitán general por el rey, conquistador, fundador y poblador de las
fronteras de chichimecas de la Nueva España.
Fray Juan sabía que al norte de Acámbaro había una tierra agria,
pobre, habitada por indios belicosos, rudos, cazadores sin hogar fijo, sin dios
ni leyes. A ellos dedicaba sus oraciones y pensamientos, así como sus ansias de
aventurero de Dios.
En 1542, ardiendo en deseos de evangelizar a esos temibles hijos del
Señor, se fue a la ciudad de Querétaro a predicar la nueva cruzada. No hubo
gente principal que se escapara de oír sus ruegos; no hubo soldado que no
recibiera una súplica suya para tal empresa. Tanto pidió y suplicó que en ese
mismo año logro que un corto número de españoles, tarascos y otomíes de las
fuerzas de don Fernando de tapia, le acompañara en su viaje de regreso al
pueblo de Acámbaro, para preparar la entrada a la región de los bravos
chichimecas.
De Acámbaro se fue a Apaseo, luego a Chamacuero, y siguió
caminando, buscando en todas direcciones a los salteadores chichimecas, que huían
como venados al oír las voces de los exploradores entre la maleza. Llegado que
hubo a un sitio fresco y ameno, situado a unos cuantos kilómetros abajo el San Miguel
de Allende actual, se detuvo y, como presintiendo que en aquel paraje estaba el
porvenir de los indios, mando que se hiciesen enramadas para acampar.
El mismo eligió el lugar propio para la iglesia; él mismo trazó las
calles del nuevo pueblo; después se metió por entre los breñales buscando
habitantes para su nuevo pueblo, y cuando hubo juntado algunos, les dio
posesión del lugar en el nombre de Dios y en el e del Rey de España.
Con los nuevos pobladores nativos de aquel lugar, dejo algunos
indios tarascos y otomíes de Querétaro, y luego de haber nombrado autoridades, repartió
tierras para labranza y predicado la paz, se fue con poca gente más al norte,
fundó a Xichú en la áspera Sierra Gorda, y llegado que hubo a los márgenes del río
Verde, volvió a San Miguel.
Nuevamente instruyó a sus vecinos, encargándoles el cuidado de la
cruz, y regresó a su convento de Acámbaro, donde se hacían rogaciones por el
buen éxito de su obra misional. Ya en su claustro, envió a fray Bernardo
Cossin, al pueblecillo recién fundado para que cuidase de las almas y
entendiese en la construcción del templo de piedra.
Fray Juan, aunque lo deseaba, no volvió a visitar su pueblo de San Miguel después de 1543. Lo mandaron nuevamente a Uruapan y, acaso allá, en
la quietud de su convento, supo cómo el virrey don Luis de Velasco, yendo a
fundar personalmente la villa de San Miguel el Grande en el pueblecillo de chichimecas,
enfermó de gravedad en la estancia de Apaseo, y no queriendo dejar de fundar la
villa, el 15 de octubre de 1555, dicto su fundación.
Se colige entonces que el encargado de continuar la obra
evangelizadora en la nueva fundación correspondió a fray Bernardo y, tal vez, buscando
mayor seguridad para sus nuevos moradores ante los ataques recibidos por los Guamares
y Guachichiles, caminaron hacia el oriente donde encontraron seguridad por los
cerros que los protegen y el abastecimiento de agua limpia de los muchos
manantiales que en sus laderas había.
Fray Juan de Torquemada, en su Monarquía Indiana, dice de fray
Bernardo que era de francés y religioso celosísimo de la salvación de las
almas; a él debemos entonces el cambio de asiento del nuevo San Miguel y a él
las primeras obras espirituales y materiales, a él la distribución de espacios
y la traza del nuevo sitio. A él entonces también nuestro agradecimiento
compartido por su hermano de hábito y a quien se le ha tenido como el único
religioso como fundador. Pero a él, a fray Bernardo, se le debe más.
Como a aquel, no dudó de meterse la tierra adentro entre los
indios bárbaros, llamados chichimecas, hacia la serranía que nombran los españoles
la Nueva Vizcaya adelante de las minas de los Zacatecas, llevando consigo
algunos indios amigos y de paz que le acompañaron; pasó por aquella serranía
con mucho trabajo y peligro, evangelizando el reino de Dios.
En el blog de contextosma, se menciona que el primer fraile que
entró a esa región indómita y salvaje donde hoy es Villa Juárez, S.L.P. fue
fray Bernardo Cossin, del que sabemos poco, los cronistas no hablaron de él, su
vida y sus trabajos quedaron en la oscuridad y el silencio.
Fray Bernardo fue guardián del convento de
San Miguel, luego fue al río Verde y su comarca; fue el primer europeo que
entró en el país de los guachichiles, ninguno antes pudo haberse gloriado de
haber bautizado a muchos indígenas; a él
se debe la fundación de la iglesia del pueblo ahora llamado Santa María del
Río, paso después a la región de los indios macolies parcialidad chichimeca
colindante con los chichimecas guascanes y allí fray Bernardo hizo otra iglesia
que llamó San Lorenzo y que junto con los macolies congregó a gente del señor
que decían guazcamá. En la cronología del lugar se tiene que en 1554 Fray
Bernardo de Cossin franciscano de Auita Nia (Aquitania), (Francia) es
martirizado, por indios enemigos cerca de la aldea zacateca de Sain por lo que
se considera el primer mártir de la Nueva Vizcaya.
Para empezar a pagar la deuda que se tiene con fray Bernardo de
Cossin en San Miguel hay un proyecto prepara para este año del 475 aniversario
de la fundación y tengamos un monumento al insigne franciscano. El autor de
esta obra es el Arq. Alejandro Soria, sanmiguelense, quien, primeramente, es heredero
de la habilidad que recibió por el lado materno de aquel famoso maestro don
Estanislao Hernández quien hizo escuela y de cuyo taller salieron las enormes y
bellas imágenes de santos y padres marianos y, sobre todo, la Inmaculada
Concepción que rematan la cúpula de Las Monjas, una de las obras cumbres del
genial don Zeferino, entre otras obras.
De la segunda generación de aquel taller-escuela destacaron: el
hijo del maestro Estanislao, don José María, famoso escultor que, aunque
también nativo de esta ciudad, por cuestiones de trabajo se mudó a la ciudad de
México donde recibió y continuó refrescando los laureles de su familia. Otro de
los ramales de aquel frondoso árbol del arte fue don Donato Almanza Morales,
quien puso su taller en su casa en la calle de Jesús y Tenerías donde tuvo como
alumnos a distinguidos imagineros como don José Rodríguez, Luis López Arriaga,
Leopoldo Ruiz y, desde luego a sus
hijos: Genaro, Jesús, Lauro, etc.
Con Alejandro florece la veta artística de su ancestro don
Estanislao y apoyado en sus conocimientos profesionales ha podido demostrar su
capacidad creativa en varios trabajos para los que ha sido convocado, al igual
que el haber colaborado con varias piezas en conjuntos escultóricos y
exposiciones.
Tenemos entendido que el lugar elegido no podía ser mejor que la
antigua Izcuinapan: el “Chorro”, el corazón sanmiguelense que, aunque hoy
agotado, sigue siendo un sitio icónico que debe de ser incorporado a los
lugares a recibir nuestro agradecimiento y conservar así un recuerdo de este
aniversario tan especial por los 475 años de la fundación del pueblo de indios
de San Miguel. Enhorabuena.
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