Por: Luis Felipe Rodríguez
El miércoles 17, festividad de San Pascual Bailón, el grupo
de personas que asisten a las Tertulias de la Biblioteca Municipal consiguieron
iniciar un camino que los lleve, con el apoyo de todos, a recuperar un bailable
muy tradicional que tuvo días de gloria en nuestra ciudad y que, por diversos
motivos, se estaba perdiendo, los “hortelanos”. Las huertas famosas de San
Miguel que satisfacían el mercado de la región se terminó pues la cantidad de
agua que corría libre por las calles fue aprisionada por la creciente
población, su merma se debió, también, por la cantidad de pozos que se
perforaron en la periferia de la ciudad y, muy importante, por el abuso y
desperdicio de lo que se consideraba un recurso renovable y que hoy sabemos que
no lo es tanto pues cada vez se extrae de profundidades mayores y con menor
calidad de la de antaño.
Alguna ocasión la ciudad estaba cercada de huertas, don
Félix Luna dice que el agua de la presa regaba la huerta grande de la familia Sautto,
desde el obraje hasta el poniente; hubo varias en San Juan de Dios, lo que
algún día fue el Campo Marte y actualmente es el Barrio de la Aldea estuvo
cubierto de viñedos. Muchos recordamos que en los corrales de todas las casas
encontrábamos árboles frutales. Las casas entonces eran amplias con sus
zaguanes, corredores, macetas, flores de ornato y frutales; hoy, tenemos que
conformarnos con pequeños espacios llamados de interés social.
A insistencia de varios de los tertulianos, especialmente
del L.H. José Luis Rodríguez Gutiérrez, se fue organizando el renacer de este
popular bailable del San Miguel de Ayer. Buscando a quienes conocen los pasos,
quien tiene la grabación de la música de don Inés Granados, quien puede y
quiere bailar, en fin una labor ambiciosa pero muy importante. Su casi
desaparición se debió, en parte, al crecimiento de otro producto que nació derivado
de los “Hortelanos” y actualmente es el más popular: los “locos”. En el San Miguel
de Antaño se tenía la presencia de los “hortelanos” en muchas fiestas
religiosas y profanas.
En uno de sus escritos el padre Félix Pérez de Espinosa dice
que dentro de las huertas que había en la Villa de San Miguel el Grande
trabajaban los indígenas y sus familias, los que, al ser catequizados, entre
otras cosas conocen que en España el Santo patrono de los huerteros es San
Pascual Bailón quien había sido el encargado del jardín, de la huerta y de la
cocina en su convento.
Adelantado discípulo, el indígena se identifica
inmediatamente con el santo, aprende, adopta y adapta tradiciones, entre éstas
está el canto y el baile cuya base armónica descansa en el tamborcito y la
chirimía. “en contraste con su actitud hacia la literatura y otras expresiones
en la literatura indígena la iglesia no se opuso a la danza. Hubo una
circunstancia favorable: también en España se ejecutaban bailes religiosos
dentro y fuera de los templos.
Para practicar sus bailables, los hortelanos vestían los
trajes propios de su faena: entre ellas los adornaban con los utensilios de la
cocina y los varones con alguna herramienta de labranza. Se organizaban en
“cuadrillas” que no eran ora cosas más que las familias conformadas no sólo con
el matrimonio, sino que igualmente participaban hijas, hijos, nueras y yernos,
“desde la infancia los bailarines aprendían gestos y evoluciones…”
(Enciclopedia de México, III, pago. 412)
Con el tiempo las familias que participaban en la danza se
organizaron en cofradías, encomendadas, desde luego, a San Pascual Bailón cuya
imagen pintada en lienzo o lámina presidía las celebraciones. Se sabe que en el
templo de la Tercer Orden se le hacia una misa cada 17 de mayo. En el atrio,
otrora cementerio, bailaban estas cuadrillas. Terminando el baile se trasladaba
el sacerdote a las huertas y bendecía los frutos. Hecho esto se abrían las
puertas a todos los vecinos, los que podían comer toda la fruta que quisieran, excepto
llevarla a sus domicilios.
El gusto por ver estas danzas fue en aumento y teniendo
tanto éxito destacan especialmente las conocidas como de “Los hortelanos” y “el
Torito” en torno a las cuales se arremolinaban los espectadores, lo que
dificultaba el desarrollo normal de los bailables por lo que fue necesario
“proteger” a los bailarines y ampliar el círculo del público. Esta tarea era
realizada por los hortelanos mayores. Alguno de ellos seguramente ideó
disfrazarse de espantapájaros, personaje éste muy común ellas huertas. Poco a
poco se fue separando el baile de los Hortelanos y el de los “locos”. El público
cambió su gusto por el primero y ha llevado a los segundos hasta el lugar que
hoy ocupan. A mí me tocó conocer a don Antonino quien no dejaba morir al bailable;
tenía su grupo con muchos pequeños que aprendían el otrora bailable popular.
Los entrenaba cerca de la casa de don Celso Ortiz, en la calle de Julián Carrillo
de la Col. Guadalupe. Entonces estaba sin empedrar. La maestra Inés Soria
también impulsó este baile sanmiguelense que debe conservarse por ser parte de
nuestras raíces.
Ataviados con trajes raídos, con varas de membrillo o de
pera. Los hortelanos mayores, giraban al exterior del círculo dando pequeños
golpes a los pies de los espectadores para impedir que agobiaran a los bailarines,
los que no se inmutaban con su presencia, no así los pequeños asistentes, quienes
se protegían seguramente tras el cuerpo de los adultos a quienes acompañaban.
En ocasiones los huerteros llevaban en las manos animales disecadas como
ardillas, tejones, alicantes, etc.
El Lic. Leobino Zavala dejó escrito que “…Amado, el
panadero, aquel Amado narices anchas que siempre salía de “loco” en la danza de
los hortelanos, con su máscara de cartón (…) su sombrero de una pluma de
guajolote, su vestido de percal estilo payaso, un chicote o una larga vara en
la mano, una jaula a la espalda con una rata muerta o un tecolote -en el mismo
estado- encerrados en ella y una ardilla o un tlacuache disecado, repletos de
aserrín, que amorosamente arrullaba entre sus brazos, como si fuera un niño,
mientras bailaba incansablemente, haciendo sonar los cercos de cascabeles que
llevaba en los tobillos, sobre unos enormes zapatos de vaqueta” (Tradiciones y
Leyendas Sanmiguelenses).
Durante sus orígenes esta fiesta fue celebrada en las
huertas o en el parque. Cuando se idearon los carros alegóricos, los primeros
llevaron siempre escenas de las vidas de San Pascual y San Antonio o del
Sacramento Eucarístico. Posteriormente las representaciones fueron totalmente profanas.
Cada uno de los cuadros salían de su barrio hacia el centro. Del parque: el
Cuadro del Parque; del puente de Guanajuato: el Cuadro Antiguo; del “portón”:
el Cuadro Nuevo. Fue a iniciativa del profesor Braulio Correa Pérez que el C.P.
Pablo Muñoz Ferrer, tesorero municipal, logró que los cuadros aceptaran salir a
una sola hora y de un solo lugar. Así, el primer año el convite, salió del
Puente de Guanajuato, los dos siguientes de la Col. “Aurora”, hasta que
finalmente se estableció como punto de partida: la calle Ancha de San Antonio a
las doce del día.
Poco después, el grupo de “locos” fueron mudando su
indumentaria. Primero era: bombacho ajustado al termino de las extremidades con
grandes cuellos, colores alegres, correspondiendo igual color en el brazo izquierdo
y pierna derecha y de color contrario en las otras dos; conservan la máscara,
de madera o de cartón, representando rostros humanos, animales, etc. llevan un
morral que llenan de peras y que van regalando a su paso. Hace algunos años
muchos de los locos lo hacían para pagar al santo una manda, deuda que habían
contraído cuando el paduano intercedió por ellos en alguna necesidad. No obstante,
la mayoría de los que actualmente bailan lo hacen por gusto; es: el “Carnaval”
de San Miguel.
Pero lo realmente importante es no seguir perdiendo
identidad puesto que, si bien es imposible que no haya cambios, es necesario no
perder la esencia de lo nuestro. Un factor muy importante que tiene San Miguel
como atractivo son sus costumbres y tradiciones. Las huertas son ya algo del
pasado, cuando menos aquellas que se regaban con la abundante agua que corría
por toda la ciudad. Hoy tenemos que aprender a usarla racionalmente, es
cuestión de educación y supervivencia. Hoy también tenemos que aprender a
conocer nuestras raíces, a apreciar lo nuestro; este sencillo e ingenuo baile
de los Hortelanos merece nuestra atención. Salvémoslo de la extinción.
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