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Autores Invitados


LA PRESIDENCIA MUNICIPAL.


El edificio que hoy en día conocemos como Palacio Municipal antiguamente se le conocía como Casas Consistoriales o Casas Reales. Su función no ha cambiado, sigue siendo la sede del poder local. Es particularmente significativo para la historia no únicamente de San Miguel de Allende, sino de todo México pues en él se reunieron los principales jefes de la insurgencia a fin de organizar y estructurar el primer ejército rebelde, así como para instalar el primer Ayuntamiento Libre, el día 17 de septiembre de 1810. Convocados por don Ignacio Allende y don Miguel Hidalgo, los principales pobladores de la Villa, reunidos en el Salón de Cabildos de las Casas Reales, eligieron al Lic. Ignacio Aldama como primer Jefe y encargado de la Comandancia Militar de la población y su distrito. Sin duda, éste fue un acontecimiento nacional, pues marcó el inicio de una nueva forma de elegir a los gobernantes.

A pesar de los cambios en su partida original, este edificio tiene un alto valor histórico y arquitectónico, puesta hoy en día se ha logrado mantener la función original del Salón de Cabildos. Sin embargo, la configuración original es muy distinta a la que hoy observamos. Los espacios construidos originalmente fueron hechos con distintos propósitos; el uso era variado “…cárcel, Alhondiga, oficios, y Casa del Alcalde Mayor…” por ello, se requerían espacios con distintas dimensiones y características.

La planta baja presentaba claramente dos sectores. El poniente estaba destinado a la cárcel y se componía de tres zonas: la de acceso, los patios y los calabozos.

El costado oriente fue construido para el despacho de los oficios públicos y para el almacenamiento del maíz. Para llegar hasta la alhóndiga, existía un callejón entre las Casas Reales y el edificio que colindaba hacia el oriente.

La planta alta presentaba tres sectores. El oriente estaba dedicado a la habitación del Alcalde Mayor y su familia, que estaba compuesto por cuatro crujías dispuestas de sur a norte; la del extremo sur presentaba ventanas hacia la plaza y hacia el costado oriente. El sector sur estaba compuesto por tres crujías; la del centro se dedicaba para las sesiones del Cabildo (de ahí su nombre); hacia el costado poniente se localizaba una capilla, mientras que hacia el oriente una pequeña sala de entrada.
Este importante edificio fue construido entre los años 1737 y 1738. Su construcción se debe principalmente a la iniciativa de don Francisco de Lanzagorta, quien solicitó ante el Cabildo que fuera construido un nuevo edificio para las Casas Reales y Alhóndiga, en virtud de que esto sería benéfico para los habitantes de la Villa de San Miguel el Grande. Dicha solicitud fue avalada por el Alcalde Mayor de la Villa, don Bartolomé de Guzmán, quien siempre se mostró interesado en que se llevara a cabo la construcción del edificio.

Para ello fue necesario comprar un predio en la Plaza Central que tuviera una superficie mayor a la que tenía el edificio de las Antiguas Casas Reales, que todavía en 1736 se localizaba en la Plaza de la Soledad. Así , el Cabildo logró obtener el predio en el costado norte de la Plaza Parroquial (hoy en día Plaza Allende o Jardín Principal) sin embargo, el predio obtenido no era suficiente para las características que pretendía tuviera la “nueva fábrica de Casas Reales”.

De  modo tal que se avocó a comprar un “pedazo de sitio” hacia el poniente del que ya se había obtenido. Pero don Pedro Zamarripa, dueño del sitio, se opuso terminantemente a venderle al Cabildo el predio que solicitaba. El problema se alargó durante cuatro años, y se hizo necesario acudir ante el Tribunal Superior de Justicia para que resolviera el asunto.

Finalmente, en 1739, después de haber pasado por un largo proceso legal, el Cabildo desistió de obtener la propiedad.

El plano que aparece en el Catálogo de Ilustraciones del Archivo General de la Nación Mexicana (No. 782 y 783 Catálogo de Ilustraciones, tomo I, pp99-100) fue mandado a hacer por el abogado o representante del señor Zamarripa como parte de sus argumentos para no vender el predio; el arquitecto que hizo el levantamiento fue Manuel Álvarez. Dicho levantamiento corresponde al edificio que se inició durante el proceso legal en contra de Zamarripa. El arquitecto Álvarez hace algunas observaciones en el plano mismo respecto a las posibilidades que tenía el edificio para ser ampliado, sin necesidad de afectar el predio colindante, hoy Posada de San Francisco.

Así el edificio se terminó y la Plaza Parroquial pasó a ser Plaza Principal, al ser trasladado el Cabildo de las Antiguas Casas Consistoriales, que se localizaban en la Plaza de la Soledad, a las Nuevas Casas Reales, lugar que hasta hoy sigue siendo la sede del poder local.
Arqueólogo Luis Felipe Nieto Gamiño.


FIESTAS DE LA SANTA CRUZ EN EL VALLE DEL MAIZ
Autor: José Dolores Arana Olivares
       (el poeta del Valle del Maíz)
Segundo lugar en el concurso
“Una tradición de mi pueblo”, 1993

La creencia de la Santa Cruz del Valle del Maíz se remota a los años de 1825 a 1850, aclarando que esto no es una fecha exacta, pues según cuentan los ancianos, de 85 años, que cuando eran pequeños, sus padres tenían tradiciones de llevar las imágenes de la Santa Cruz a una ranchería cercana al valle, la cual actualmente se llama presa de Landeta. En esta ranchería se quedaban por todo el año, llevándose de casa en casa como especie de visita, es decir, en unas se quedaban nueve días, en otras tres y  así sucesivamente; semana tras semana, mes tras mes, la imagen hacia el recorrido por toda la ranchería, ya que para la última semana del mes de mayo, se regresaba a su lugar de origen, es decir, la comunidad del Valle del Maíz, una vez aquí se procedía a trasladar al templo del Oratorio, el cual se encuentra en el centro de la población de San Miguel de Allende, Guanajuato.

En esta iglesia se oficiaba una misa en honor a la imagen y se volvía a regresar a la comunidad del valle. Cabe decir que en aquellos tiempos, daban ofrendas a la Santa Cruz, maíz, cual era vendido en la comunidad a precio barato, y si por causas del destino, alguna persona estaba necesitada, se le regalaba un poco, así, la creencia de la Santa Cruz aumentaba día con día, pues la personas quedaban agradecidas con la pequeña, formal y generosa ayuda que se les brindaba por medio de la imagen.

 

El dinero que se juntaba de esta venta, se empleaba en gastos referentes a la comida que se les daba a la danza de sonaja y a los participantes de la festividad. Según cuentan los ancianos, en los días de fiesta, se improvisaban jacales de carrizo para otorgarles albergue a los participantes que venían de fuera, así como para proteger a la imagen de las lluvias o el polvo. Entre los años 1885 y 1910, se pensó en construir una capilla, esta serviría para darle protección a la imagen y más realce a la festividad. Según platicaba mi abuela, cuando se empezó a construir la capilla, ella tenía 6 o 7 años de edad el “Tío chupas”. Pasaba por los callejones tocando una flautita de carrizo y un tambor. Al oír los niños el sonido rítmico que traía el “Tío chupas”, salían corriendo de sus jacales, pues les encantaba oírlos tocar. De esta manera el mentado don “Chupas” reunía a todos los de la comunidad del Valle del Maíz, para traer piedras de las cercanías, mientras los mayores ponían los cimientos de la capilla. De esta manera con la idea de los adultos, la voluntad y el esfuerzo de los niños, tomando en cuenta el gran principio a venerar y proteger a la imagen Santa Cruz, se construyó en aquellos tiempos la capilla.

Una vez construida, poco a poco la festividad se fue haciendo más grande entonces se empezaron a poner cimientos para construir el templo. Entre los años de 1925 y 1930 más o menos, para construir el templo, se recurrió al mismo procedimiento que se realizó para la capilla. Todos los domingos se hacía faena, ósea se trabajaba por voluntad propia sin recibir nada a cambio; desde que empezaba la mañana. Algunas personas regalaban cargas de cal, es decir piedras de cal pues en ese entonces no la había molida. Estas piedras se traían en recuas de burros y eran remojadas en agua hasta que se trasformaba en mezcla. Cuando esto sucedía, procedían a pegar las piedras.

Los niños entre 6 y 7 años, los cuales ahora son personas de 55 y 60 años, cuentan que ellos también traían piedras de las cercanías del lugar para construir el templo y que un señor llamado Don Tomas Ortiz pasaba todos los martes a visitar a los niños que se habían acomedido a traer piedras y les regalaba por su servicio la cantidad de un centavo o en ocasiones eran dos o tres; según cuenta mi madre había algunos niños que no se acomedían a traer piedras y querían hacer tonto a Don Tomas Ortiz  a la ira de repartir los centavos, pero él tenía un sentido muy agudo y observaba a los niños que participaban. Por lo tanto, a la hora de repartir el apreciado dinero, solo lo recibían quienes habían acarreado piedras. Esto serbia de aliciente para los niños que participaban y a la vez de castigo paro los que no lo hacían.


También se procedió a convencer a las personas más ricas de San Miguel de Allende, para que hicieran donativos de valor, los cuales sirvieron para completar el tesoro, ya que de esta forma es como se pudo oficiar misa en los templos. Como se puede apreciar en este relato, hay dos diferentes épocas en que las ideas de los ancianos juegan un papel muy importante. En la primera, se atrae a los niños con el sonido de una flautita  de carrizo y un tambor; en la segunda, se le obsequiaban centavos, pero siempre con el vivo sentir de los ancianos, de construir y de preservar una idea que enorgullezca el ser de las generaciones venideras.

De suerte que, con el gran principio de nuestros antepasados de cultivar con sencillez y humildad el espíritu, y de convivir en armonía con la voluntad de Dios, y de acuerdo a nuestras raíces chichimecas, se construyó a un lado de la capilla, el templo del Valle del Maíz, en el cual se ofició por primera vez, el 1 de junio de 1941, el sacrifico santo de la misa, y fue solamente bendecido por el señor cura y vicario don José Mercadillo Miranda.

Entonces la comunidad decidió elegir mayordomos para la responsabilidad y el cuidado del templo; estos deben de ser, según he captado, los que mejor trato tengan con el barrio y que se hayan preocupado por conservar las tradiciones del mismo. Cabe señalar que el primer mayordomo, cuando tiene a su cargo el cuidado del templo, no toma ninguna decisión sin antes consultar a la comunidad. Cuando se quiere arreglar el templo de alguna manera especial, el mayordomo pide el parecer del barrio y si la mayoría está de acuerdo, se aprueba la decisión. También se pide la opinión en la compra de cosas necesarias para el templo, por ejemplo, yo recuerdo que se compró una campana y un órgano construyéndose el coro de la iglesia, todo esto con la voluntad y aprobación de todas las personas. Creo que este barrio ha sido y seguirá siendo muy unido, pues el principio que nos inculcan nuestros antepasados de generación con generación, es la raíz fundamental por la que hacemos y seguiremos haciendo la fiesta en honor a la Santa Cruz del Valle del Maíz.

El mismo día que se eligen mayordomos, la juventud y demás personas toma a la vez un cargo por cuenta propia, es decir, que hay puestos que desempeñan para darle lucimiento a la festividad de la Santa Cruz, la cual se venera el último viernes del mes de mayo, terminando el lunes a las 8 o 9 de la mañana, de manera que la festividad tiene una duración de 3 días.

Los cargos que se toman son los que a continuación enumero:
Encargados de la pólvora del sábado y del domingo; encargado de darle de comer a la música de viento el viernes, sábado y domingo; encargado de la danza de sonaja, velación y adornos del crucero; encargado del palo encebado; encargado para darle de comer a las danzas apaches, de indios y de locos; encargado de la cera, del coloquio, de los parandes y de recolectar aves de corral tales como pollos, los cuales son vendidos para la recolección de limosna y de la flor. Recuerdo que cuando estaba pequeño, el último viernes del mes de mayo, en compañía de mis padres y hermanos, traíamos flores al templo y seguíamos trayendo ya desde hace algunos años, ya que el viernes de la última semana del mismo mes, por la mañana, se celebra misa.

Después de terminada procedemos a sacar a la Santa Cruz del templo, y con ayuda de diferentes personas la llevamos hacia la salida de Querétaro, a la casa de la Señora Concepción Olivares de Arana, en donde permanece durante todo el día, ya que por la tarde como a eso de las 7:30, comienza lo que se ha dado por llamar ensaye real, es decir, van las danzas de sonaja, apaches e indios, el cuadro de locos, la música de viento y un escuadrón de soldados por la Santa Cruz, al lugar antes mencionado.

Entonces empieza el recorrido con la imagen y las danzas por la Salida Real a Querétaro para la recolección de flores, las cuales están en las diferentes casas de los encargados de la flor. Al llegar a cada una de estas, se bendice la flor con el caminar en procesión todos juntos con rumbo al templo del Valle del Maíz.

 En todo el recorrido se puede ver la juventud lanzando luces o rehiletes con alegría y orgullo de participar, el que no lanza, participa dando al ritmo de la tambora y el violín. Así cada quien toma parte en lo que mejor le parece, ya se saliendo vestido de locos o simple y sencillamente recolectando limosna así como ayudando a cargar la imagen de la Santa Cruz.

Al llegar al templo, imagen y danzas son recibidos con repique de campanas, el mayordomo con sus ayudantes bendicen la imagen y le dan la entrada al templo, entonces, se procede a bendecir a cada uno de los participantes de las danzas, de igual manera a todos los creyentes que ofrecen flores o limosna. Se hace la señal de la cruz con el somador hacia los cuatro puntos cardinales y repitiendo en cada bendición él es Dios. Cuando se termina la bendición de las danzas, la cera y la flor, se lleva la imagen de la Santa Cruz a la casa de los encargados del crucero se bendicen dos palos como de 4 metros cada uno, los cuales servirán para formar el mismo.
De esta manera en presencia de la imagen, al ritmo de una flautita de carrizo, el golpe de un tamborcito y delicioso sabor de un ponche caliéntese empieza a formar el crucero durante toda la noche. Los encargados y voluntarios se encargan de ponerle hojas de cactus, a las cuales se les llaman cucharillas, este elemento es traído una semana antes de la festividad desde los cerros que se encuentran a una distancia de 15 o 20 kilómetros de la comunidad del Valle. Con hilo de cáñamo se sostienen tiras de carrizo, espaciadas una de otra, de medio centímetro, pues en este espacio es donde se le pone la hoja de cucharilla. Durante la misma noche, también se forman unos ramilletes con hojas de cucharilla y flor, el carrizo que se utiliza en la formación del crucero es conseguido en el mismo barrio, aunque a veces este material es comprado en otras partes. El mayordomo se regresa al templo para arreglar el altar con la flor que han traído los creyentes y los encargados de esa manera, junto con sus ayudantes se dedican a dejarlo listo para otro día.

A un lado de la iglesia se puede escuchar cantos y rezos en honor a la velación del crucero. Mientas se arregla el templo, se arma el crucero, se reza y canta en honor a la Santa Cruz, se espera la llegada de la pólvora a las 5 de la mañana del sábado, la cual es comprada por personas del mismo barrio, aunque es necesario aclarar que hay personas que no son del barrio y que de muy buena voluntad cooperan con lo que puedan. Llegan las cuatro de la madrugada, a lo lejos se oye la música de viento que viene acompañando a los encargados de pólvora, algunos gritan de júbilo al ritmo de los corridos, otros vienen con solemnidad cargando sus gruesas de cohetes, al llegar al templo son recibidos con repique de campanas. El mayordomo con sus ayudantes los bendice para darles entrada al templo, una vez dentro, entregan oraciones y son bendecidos nuevamente cada uno con su gruesa de cohetes. De suerte que, con el orgullo que sienten por la festividad, salen del templo y se dirigen hacia un lugar llamado el Caracol, situado en la parte alta del barrio, aquí empiezan a quemar los cohetes.

Desde las 5 de la madrugada hasta las 6 o 7 de lo que se denomina alborada del sábado. A las 9 de la mañana se oficia la sagrada misa, para los cuales se trae la imagen de la Santa Cruz del lugar de donde está haciendo el crucero; también 4 ramilletes que se hicieron durante la noche; la misa que se ofrece a esta hora, es por lo regular en honor a los que vivieron en el barrio y que ya son animas. Cuando esta termina, sacan se nuevo a la Santa Cruz con los ramilletes y se dirigen a la calle Real Salida de Querétaro, en donde se encuentran dos imágenes en forma de cruz, a cada una se le ofrecen dos ramilletes, le hacen reverencias y bendiciones y de nuevo se regresan al templo a descansar.

Ya para las 3 de la tarde, adornado con tortillas de color, llevado frente al templo. Aquí se recibe con repiques de campanas y bendiciones, entonces se procede a presentarlo; ya cuando esta levantado, en lo más alto del mismo, se puede apreciar una cruz. En este momento, la danza de sonaja, de apaches, de indios, el cuadro de locos y el escuadrón de soldados, entregan oraciones en el templo, ya que habrá un encuentro entre indios y soldados. Al terminar las oraciones, los indios danzando al ritmo de la tambora y el violín, se dirigen por la parte del caracol hacia las afueras de la ciudad lanzando gritos de guerra.

Mientras tanto por la calle Real Salida de Querétaro, se puede ver la tropa de soldados, la danza de sonaja, la de apaches y franceses, el cuadro de locos, la música de viento y la imagen de la Santa Cruz, dirigiéndose todo en formación hacia el lugar del combate. Ya en el campo de batalla empieza la lucha por la dignidad entre indios y soldados; a lo lejos se observan las señales de humo que salen de las campañas de los indios y los gritos de burla hacia los soldados se dejan escuchar; de pronto, el estruendo de los cañones y polvareda que levantan las bombas, llegan hasta el lugar de los espectadores.

Las enfermeras, como siempre, en forma neutral ayudan a los heridos, dan agua a los deshidratados, tanto de un bando como de otro. Los soldados han tomado prisioneros a una docena de indios y proceden a atarles las manos para que no se escapen; mientras tanto, los indios han tomado prisioneros a las dos terceras partes de escuadrón, incluyendo entre ellos a los más altos rangos militares. Un soldado rasó toca la trompeta indicando la retirada, poco a poco cesa el fragor y el estruendo de las bombas va dejando desolación en el campo de batalla. A lo lejos los indios izan su bandera y danzan alrededor del campamento en señal de júbilo, pues han hecho correr el enemigo, el cual sentía superior en armamento, pero una vez más, se puso a prueba la valentía y el espíritu de libertad en las tribus indias y apaches por sobre la superioridad materialista de los conquistadores. Así en forma mítica se lleva a cabo, año con año, el combate entre indios de igual manera. La danza de sonaja, el cuadro de locos, la danza de apaches y franceses, así como la de indios, bailan cada una al ritmo de su respectiva música; es decir, el cuadro de locos baila al ritmo de la música de viento; los indios, franceses y apaches al ritmo de una trompeta, un violín y una tambora; la danza de sonaja al ritmo de varias trompetas, guitarras y un contrabajo. Así se llega al templo, de nuevo se hacen los procedimientos del día anterior, es decir, se bendice la imagen, danzas y demás creyentes para darle la entrada al templo. Durante la noche se reciben a las comunidades que traen su rosa, se cantan alabanzas al Santo Madero con música de concheros. El domingo se ofrecen dos misas, una a las 9 de la mañana y la otra a la 1 de la tarde, durante todo el día se puede ver a los indios, apaches y franceses danzando.


A las 7 de la noche los encargados del coloquio son recibidos y bendecidos en la iglesia, cuando terminan de entregar oraciones, salen y presentan su obra de teatro durante toda la noche. Mientras tanto, los encargados de la pirotecnia lanzan luces y rehiletes de 10:30 hasta las 11 de la noche en que es quemado uno o dos castillos, por lo general, en el último castillo suele aparecer una imagen en forma de cruz, entonces se deja de escuchar el repique de las campanas y cientos de luces iluminan la obscuridad de la noche.


El Beaterio de Santa Ana

Por: Profr. José Cornelio López Espinoza


El colegio se inició en 1734, el P. Hipólito Aguado viendo el número de mujeres honradas y pobres que había en la villa y sus alrededores, promovió también la fundación de un recogimiento, en donde sin votos de ninguna clase, pudiesen las buenas mujeres, viudas y doncellas, encontrar un refugio, una casa, en donde vivir en paz sin que la presión de la miseria y soledad las hiciera caer en la vida licenciosa. Serviría el recogimiento de apoyo al propio colegio de niñas.

El ayuntamiento de la Villa, elevó la solicitud de permiso para tal objeto, no sólo a las autoridades eclesiásticas, sino también a las civiles con el fin de que la institución dispusiera de capilla pública, de tal manera que según los cánones de la época, las internas pudieran asistir a los actos religiosos al mismo tiempo que sus familiares o benefactores lo hacían al otro lado de las rejas.

Una institución en marcha.
Sin pérdida de tiempo el P. Aguado y sus compañeros oratorianos formaron el primer patronato de la institución, quienes decidieron adquirir las propiedades que se ubican en la esquina de la segunda calle de santa Ana (hoy calle de insurgentes) con la calle llamada del reloj. En este lugar se inició la construcción del recogimiento de matronas, doncellas y colegio de niñas de santa Ana, institución que el pueblo y los eclesiásticos denominaran por dos razones: Beaterio de Señora Santa Ana. Primero: por la fama de virtuosas con que se distinguieron sus internas y segundo: por el afán de alejar de la institución el contenido denigrante que acompañaba el nombre de otra institución también destinada a las mujeres el recogimiento para mujeres de mal vivir, o sea, la cárcel publica para las personas de su sexo y que el pueblo llamaba “las recogidas”…

También los fundadores que el exterior de las personas enclaustradas tuvieron una imagen religiosa, de ahí que decidieran que deberían llevar como vestido el hábito de terciarias de Santo Domingo, sin tener la condición de religiosas.

La vida de la naciente comunidad de damas y escolares debió de disfrutar de simpatía y aprobación de la sociedad sanmiguelense, pues encontramos un dato como referencia. En el año de 1748, cuando se conoce en la Villa la muerte del P. Juan Antonio Pérez de Espinosa, acaecida el año anterior en España, su hermano, el R.P. Fray isidro Félix nos deja un testimonio acerca del recogimiento de Santa Ana, cuando señala a su hermana María Gertrudis regalada como la rectora del Beaterio de santa Ana, sin olvidar o pasar por alto que otra de sus hermanas, la Srita. Josefa Teresa, también había muerto bajo el techo del recogimiento; en donde vivió desde la muerte de su madre en el año de 1740.
El R.P. Fundador del colegio y recogimiento murió el 6 de febrero de 1751, a los 96 años de edad y 36 de vida filipense.

Una institución de renombre.
El prestigio de recogimiento fue patente y su fama voló de boca en boca de las familias sanmiguelenses al grado tal que en el año de 1756, cuando llegaron a la Villa las primeras monjas concepcionistas, procedentes de la ciudad de México, con el objeto de fundar el Real Convento de la Concepción, se les fio por destino, en el momento de su arribo el ya famoso Beaterio de la Señora Santa Ana…

Aprobación real.
El recogimiento recibió aprobación oficial por medio de la cedula fechada el 8 de abril de 1753, en donde el rey aprobó la fundación del recogimiento de santa Ana para “matronas y doncellas honestas”.

Características de la institución.
El llamado beaterio de señora santa Ana fue un recogimiento de protección y nunca de corrección, tal vez, en alguna vez se sirvió como clausura para alguna mujer arrepentida o bien, como internamiento para alguna soltera acusada por sus padres o acaso, alguna casada, acusada por su esposo. Situación muy frecuente en aquellos tiempos.

Edificios e instalaciones.
Aunque en la actualidad lo que queda de los antiguos edificios se reduce a una casa totalmente restaurada al poniente del templo de Santa Ana, después de la expropiación decretada por el gobierno de don Benito Juárez, se convirtió en el rastro municipal, hasta que a partir de los años 50s del presente siglo se convirtió en Biblioteca Publica. Las primitivas instalaciones situadas al norte de esta casa, desaparecieron en corrales del rastro, y otra parte de los anexos constituyo lo que es en la actualidad el hospital civil…

Internado a la medida del tiempo.
El edificio estaba dispuesto en forma tal que las señoras y doncellas quedaran enclaustradas, aisladas del mundo exterior. La iglesia tenia coro alto con tribuna, es decir, enrejada y coro bajo con la misma protección, de tal manera que no salieran al exterior para cumplir sus deberes religiosos.
Habia una portería para controlar entradas y salidas, como para dejar pasar objetos necesarios, sin que la curiosidad del portador pudiera escudriñar a la persona, finalmente habia una reja para que las visitas de pariente o amigos, y en casos especiales, algún esposo, estuvieran protegidas y no se convirtieran en trato indecoroso para el lugar y las personas.
Las damas internas.

Este recogimiento que tuvo más de cien años de existencia –el colegio se inicia en 1734 y el recogimiento en 1736- y se extingue en 1862, debió servir, además de las mujeres honestas que voluntariamente ingresaron en el como refugio para mujeres abandonadas por esposo aventurero, a viudas desamparadas y a doncellas pobres o huérfanas, se entiende como separación de los esposos, permitida por la iglesia después de un proceso en el cual se buscaba la reconciliación y cuando esto no era posible, la esposa repudiada, frecuentemente optaba por permanecer en el lugar en donde permaneció durante su juicio así evitaba desprestigio, pobreza, soledad y futuros problemas.

Gobierno de la institución.
El gobierno interior estaba encomendado a una rectora, en todo lo referente a disciplina, trabajo, estudios, religiosidad y aprovechamiento de las internas.
La dirección espiritual estaba a cargo de un capellán, cuya función, además de celebrar la santa misa y confesar, impartía pláticas espirituales y morales.
La vida de la recogida era diferente de las niñas estudiantes, muy semejante a la vida de las monjas, en cuanto a horario y enclaustramiento, pero canónicamente diferente en cuanto a que no hacían votos, aun cuando estuvieran ahí por propia voluntad. Su vida de piedad estaba tan conocida que el vulgo y aun el clero llamo a la institución: beaterio y en otras ocasiones: convento de santa Ana.
Ideario y organización interior, herencia oratoriana.

Para comprender la espiritualidad de estos monasterios laicos, debemos tener presente que a partir de 1665 el rey Felipe iv por cedula del 20 de abril estableció que los colegios de niños y recogimientos no se convirtieran “jamás en conventos”.

Siguiendo el modelo del recogimiento del oratorio p. Domingo Pérez García, el ideal básico de la institución estaba centrado en la superación integral de la mujer. Para lo cual se empleaba un método que en el siglo xviii se consideraba adecuado.
Enseñanza y aprendizaje.

Al igual que en las clases media y alta de una ciudad criolla, alumnas y recogidas aprendían a tocar un instrumento, pero principalmente eran dedicadas al aprendizaje de labores manuales, como hilados, tejidos, bordados y la confección de obras de ornato para las casas, hechas de chaquira, canutillo, cuentas y flores de tela, papel, cera, conchas y otras muchas, que como artes menores, están hoy en nuestros museos.

También se enseñaba el arte de la cocina, la elaboración de comidas, repostería y golosinas. Su preparación, elaboración y decoración. A todo esto se les llamaba: “labores femeninas”.
Las maestras además las enseñaban a rezar y a cantar, haciéndolo tan bellamente que al correr de los años, muchas personas de la villa acudían a la iglesia de santa Ana a oírlas, cuando el coro acompañaba la misa o cantaba motetes navideños o de cuaresma.

Todavía a principios del siglo se podía encontrar ancianas “con manos de ángel” para elaborar adornos, flores o platillos. ¿Quién no recuerda aquella anciana llamada Guillerminita demanda, propietaria de una casita en la rinconada de san Felipe y sus hermosas flores de seda y de tela? Y todas aquellas personas que don Leobino Zavala recuerda en sus “sabrosas” leyendas…
Utilidad e influencia en los siglos xviii y xix de la benemérita institución.

Muchas mujeres sanmiguelenses vivieron felizmente hasta su ancianidad y muerte en el recogimiento. Otras permanecieron por algunos años o meses, mientras se casaron, se fueron de monjas o regresaron con sus esposos.

No se pretendía que vivieran para siempre ahí. Se quedaron de por vida las viudas pobres, las damas arrepentidas, las doncellas que no pudieron conseguir marido, las cuales en su vejez eran llamadas “niñas”. Otras ganaron el “velo de gracia”, pues llegaron a tener tal prestigio que los conventos las recibían gratuitamente, solo por sus conocimientos y cualidades morales…

Por lo señalado arriba, la sociedad sanmiguelense vio con mucho agrado el nacimiento de esta institución, de la misma manera que vio con tristeza cuando en 1862 fueron lanzadas a la calle las últimas moradoras de la misma. Sus puertas cerradas, sus edificios destruidos o vendidos y los restantes convertidos en ruinas.


LA MUERTE DE ALLENDE

Por Sandra Molina Arceo

Gralísimo Don Ignacio Allende
Oleo de Ramón Pérez
Palacio Nacional

La noche del domingo 21 de marzo de 1811, en Acatita de Baján, se velaba el cuerpo de Indalecio Allende, víctima de una descarga hecha al carruaje en que viajaba al lado de su padre Ignacio, ordenada por Ignacio Elizondo, autor de la emboscada que, unas horas antes, había terminado con la captura de los principales jefes Insurgentes y más de mil prisioneros.
   
   Al amanecer del 22 de mayo de 1811, la caravana de prisioneros en la que iban los principales caudillos insurgentes - atados con las manos a la espalda, los pies uno con el otro y montados “a mujeriegas” sobre mulas salió de Acatita de Baján rumbo a Monclova, a donde entraron a las seis de la tarde del mismo día.

      Las calles de Monclova habían sido adornadas y se escuchaban repiques y salvas de artillería. Ignacio Elizondo fue recibido al grito de ¡Viva Fernando VII y mueran los insurgentes!, mientras que los principales jefes del movimiento de Independencia, recibían la humillación de ser conducidos frente a una herrería, establecida bajo un frondoso nogal, donde les fueron colocadas esposas y grilletes. Los caudillos tuvieron que ser cargados en sillas al hospital que fue habilitado como cárcel; hacinados en estrechas habitaciones, semidesnudos, hambrientos y con sed comenzaron el cautiverio que los conduciría a la muerte.

     El 8 de abril de 1811, lunes santo, se tuvo conocimiento en la capital de la aprehensión de los principales insurgentes, por aviso de Félix María Calleja. El virrey Venegas, en evidente estado de júbilo, mandó que se echaran a vuelo las campanas de los templos y se hicieran salvas de artillería en señal del regocijo. El 13 de abril, ordenó que los prisioneros fueran juzgados en Chihuahua por un consejo de guerra y que la sentencia fuera ejecutada sin pérdida de tiempo: “La dilación de esta providencia o la traslación de los reos a otros parajes, traería inconvenientes capaces de poner a la Patria en peligro… disponiendo también, si así se sentenciare por el consejo, se lleven las cabezas de los principales a fijarse en las poblaciones donde ejecutaron sus principales crímenes…”.

      Se organizó entonces la salida de los veintiocho prisioneros que formaban la lista de caudillos que debían ser trasladados, entre ellos: Hidalgo, Allende, Santa María, Jiménez, Aldama, Lanzagorta, y Abasolo. En Monclova permanecieron muchos otros, que sin formación de causa fueron fusilados, o en el mejor de los casos, condenados a trabajos forzados en haciendas cercanas.

 Litografía de Michaud, S. XIX. Museo Nacional de Historia.
      El 26 de marzo de 1811, continuó el martirio hacia Chihuahua. Conducidos por una columna de veinticinco hombres y en medio de dos filas de soldados, los prisioneros eran guiados por un soldado que tiraba de la mula que montaban y seguidos por otro que les apuntaba con una lanza. Antes del anochecer, sin probar bocado y quemados por el sol, eran colocados al centro de una valla formada por monturas y aparejos, y los proveían de una mísera ración de carne cada veinticuatro horas. Terminado el ínfimo refrigerio, se les amarraba los pies unos con otros, de cuatro en cuatro, custodiados a punta de lanza. Así era el descanso de los caudillos: a campo raso,  bajo las inclemencias del tiempo, y de las ofensas de sus guardianes.

      Siguieron su camino hasta llegar a la hacienda de San Lorenzo, lugar cercano a Parras, Coahuila, donde Salcedo dispuso fueran separados los eclesiásticos de los demás reos -excepto Hidalgo- encargándose de ellos el capitán Juan Francisco Granados. Los eclesiásticos fueron conducidos a Durango para que en ese lugar fueran procesados. Salcedo siguió con sus prisioneros, atravesando el río Nazas, el Bolsón de Mapimí y muchos pueblos y rancherías, hasta que por fin el 23 de abril de 1811, después de un viaje de casi un mes, llegaron a Chihuahua.
      Dos días antes de su llegada, el brigadier Nemesio Salcedo, comandante general y gobernador de las Provincias Internas, publicó un bando en el que dio instrucciones a los habitantes de Chihuahua sobre la forma de recibirlos. Se permitía a los vecinos salir a ver a los reos en la calle, pero se les prohibía formar pelotones, subir azoteas, y portar armas; severos castigos se impondrían a quienes dieran muestras de “una imprudente compasión” hacia ellos.

     El 23 de abril de 1811, cerca de las doce del día, entraron a Chihuahua los prisioneros. Una vez en la plaza de San Felipe o de los Ejercicios, Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez y otros jefes,  fueron alojados en el ex colegio de la Compañía de Jesús; el resto, en el antiguo convento de San Francisco. Melchor Guaspe, alcaide de la prisión, ordenó dar de comer a los reos y les hizo poner centinelas en patios y azoteas, con la consigna de correr la voz de alerta cada quince minutos.

      Dos días después de la llegada de los reos, Salcedo procedió a nombrar una junta militar a la cual debía pasar el instructor las declaraciones de los prisioneros, de tres en tres, para que en el mismo orden fueran sentenciados, recomendándoles la mayor brevedad posible. El 6 de mayo se comisionó a Ángel Abella, administrador de correos, para que formara los procesos de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez.

      Sin más diligencias que tomar la declaración de los presos, el Consejo de Guerra pronunció las sentencias: “ser pasados por las armas del modo más ignominioso, con la confiscación de sus bienes y trascendencia de infamia a sus hijos varones, si los tuvieren, y demás que de ella resulta conforme a las leyes de la materia”.


      A las seis de la mañana del día 25 de junio, Abella se presentó en el calabozo de Allende, y haciéndolo poner de rodillas le leyó la sentencia, llamó a un confesor para que lo preparara, y minutos después hizo lo mismo con Juan Aldama, Mariano Jiménez y Manuel Santa María.
      El miércoles 26 de junio de 1811, a la misma hora de la mañana, llegó el momento de cumplir la sentencia, “se oyeron toques de clarines, el redoblar de los tambores y las voces de mando que indicaban un gran movimiento de tropas, mientras las campanas de los templos con sus lúgubres tañidos anunciaban al vecindario de Chihuahua que los caudillos serían fusilados”. Sin quitarles los grilletes y las esposas, fueron conducidos a la plaza de San Felipe donde ya se encontraban listos los pelotones de ejecución, formados a sólo tres pasos de los banquillos en que serían sacrificados.
      Se indicó a los prisioneros el banquillo en que debían colocarse, se les puso una venda en los ojos, se les obligó a dar la espalda a sus verdugos, y a la voz de mando de Pedro Armendáriz, cuatro balas certeras dieron muerte a los primeros insurgentes. Manuel Salcedo ordenó que a los cadáveres de Allende, Aldama y Jiménez se les cortara la cabeza. Los cuerpos fueron sepultados en el convento de San Francisco, después de haber sido expuestos a la curiosidad pública. Un mes y unos días más tarde, Hidalgo correría la misma suerte.
      Las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron transportadas a Zacatecas, Lagos, León; y finalmente, el 11 de octubre de 1811, llegaron a Guanajuato. Colocadas en jaulas de hierro, fueron colgadas en las cuatro esquinas de la alhóndiga de Granaditas durante diez años.


Grabado que representa los momentos previos al fusilamiento de Hidalgo y Allende





XAVIER MINA,
UN ESPAÑOL EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA

Por: Magdalena Mas


Mina, de las vertientes montañosas
llegaste como un hilo de agua dura.
España clara, España transparente
te parió entre dolores, indomable,
y tienes la dureza luminosa
del agua torrencial de las montañas.
A América lo lleva el viento
de la libertad española…

Pablo Neruda Los libertadores,
parte IV de Canto General

Así se expresó Pablo Neruda de Xavier Mina, hombre comprometido con los principios liberales. Su vida se desarrolló entre la acción y el pensamiento, no importando el territorio ni la nacionalidad de sus compañeros de lucha en contra del absolutismo. Originario de Navarra en España, abandonó sus estudios de jurisprudencia para pelear en dos guerras de independencia: en 1808 la de su propio país en contra del ejército napoleónico invasor, cuando apenas tenía 19 años. En 1817, la de México en contra de España. Convertido desde joven a la ideología liberal, debió vivir en el exilio en Inglaterra. En Londres frecuentó a importantes pensadores y luchadores comprometidos con la causa liberal: Blanco White, Flórez Estrada y los Istúriz; los ingleses Lord Holland y Lord Russell y los americanos Sarratea, Palacio Fajardo, López Méndez, Servando Teresa de Mier y los Fagoaga. Su trato con estos últimos, lo convenció de dirigir una Expedición libertadora en apoyo del general Morelos y el Congreso mexicano que en la Nueva España se enfrentaba al absolutismo de Fernando VII.
 Su gesta en tierras mexicanas fue penosa y difícil: comenzó desde Inglaterra donde en mayo de 1816 fletó un bergantín en el que, acompañado de fray Servando y un grupo de oficiales españoles, italianos e ingleses, se dirigió a Estados Unidos. Allá pasó grandes dificultades hasta lograr armar tres embarcaciones que dirigió a Puerto Príncipe, de ahí a Galveston, y por fin llegó a territorio mexicano casi un año después de su partida, en abril de 1817. Navegando hacia el sur, llegó con 300 hombres a Soto la Marina, población que tomó y desde la que imprimió una proclama, haciendo saber los motivos de su intervención en la guerra de independencia de México y pidiendo a sus hombres disciplina, respeto a las personas y sus propiedades, y a la religión.
 Una fragata realista hundió uno de sus barcos, pero él pudo escapar en otro y apoderarse de 700 caballos en Horcasitas. Con los caballos y sus 300 hombres inició su expedición tierra adentro, tomando Valle del Maíz, Peotillos y Real de los Pinos. El 22 de mayo pudo unirse a una partida independentista, con la que llegó al fuerte del Sombrero, defendido por Pedro Moreno, otro de los insurgentes con los que estuvo vinculado, mientras los hombres que había dejado en Soto la Marina fueron derrotados; entre ellos se encontraba el padre Mier, quien fue aprehendido.
 Debió ser muy difícil para Mina acostumbrarse a las características del territorio y la lucha en nuestras tierras, pero continuó peleando hasta llegar a Jaujilla, donde se encontraba la Junta de Gobierno, el 12 de octubre. Adentrándose más en el centro del país tomó rumbo a Guanajuato pero sus tropas fueron dispersadas. Logró refugiarse con Pedro Moreno en el rancho de El Venadito, donde fueron atacados el 27 de octubre. Moreno cayó muerto y Mina fue apresado y fusilado en el cerro del Borrego el 11 de noviembre.
 Durante su campaña llevaba una imprenta consigo, de manera que la lucha siempre estuvo acompañada de proclamas y cartas en las que se trasluce un rotundo liberalismo y su plena defensa de la independencia de las Américas. En una de sus proclamas afirmó: “Si la emancipación de los americanos es útil y conveniente a la mayoría del pueblo español, lo es mucho más por su tendencia infalible a establecer definitivamente gobiernos liberales en toda la extensión de la antigua monarquía. Sin echar por tierra en todas partes el coloso del despotismo, sostenido por los fanáticos y monopolistas, jamás podremos recuperar nuestra dignidad. Para esa empresa es indispensable que todos los pueblos donde se habla castellano aprendan a ser libres, a conocer y practicar sus derechos… La patria no está circunscrita al lugar en que hemos nacido sino, más propiamente, al que pone a cubierto nuestros derechos personales”.
 Su figura y hazañas están envueltas en un halo de aventura: La toma de los caballos, los víveres y el dinero realistas, las derrotas que infringió a ejércitos mucho mayores en número y disciplina militar, sus rápidos y brillantes movimientos y escapadas de fuertes sitiados, el cuidado que siempre puso en acompañar sus acciones militares con proclamas en las que explicaba sus razones y principios, jalonaron su malograda y fulgurante campaña en México.
 Su figura y sus escritos han sido recuperados por escritores e historiadores de nuestro país como Lucas Alamán, Carlos María de Bustamante y Martín Luis Guzmán. Aunque pertenece a la saga de luchadores que prefiguraron lo que durante todo el siglo XIX sería un movimiento liberal de carácter internacional, poco ha sido estudiado en su país de origen. Tal vez, como apuntan varios de los que escribieron sobre él, llegó muy temprano a este movimiento en Europa y demasiado tarde a nuestra gesta insurgente, cuando ya no le fue posible unirse a las campañas de José María Morelos. También fue muy temprana su cita con la muerte y se le recuerda como Mina El Mozo (además de por su juventud, para diferenciarlo de su tío, el liberal y guerrillero español Espoz y Mina). Otros lo llaman “El héroe de Peotillos”, él firmaba como Javier y, ya durante su campaña en México, como “General del Ejército Auxiliador de la República Mexicana”. Hoy rememoramos su figura como luchador sin fronteras, ejecutado por la defensa de la libertad de nuestra patria, para él un paso necesario en la lucha por conseguir las libertades de todos los hombres.




FUSILAMIENTO DE MIGUEL HIDALGO

Por Sandra Molina Arceo

Capturado a traición el 21 de marzo de 1811 en Acatita de Baján, y luego de un tortuoso trayecto de casi un mes bajo el sol de desierto, con hambre y sed, Miguel Hidalgo y Costilla arribó a Chihuahua para ser sometido a un largo proceso militar y a una dolorosa degradación eclesiástica. Recluido en el obscuro y estrecho cubo de la torre del ex colegio de la Compañía de Jesús, pasó los últimos tres meses de su vida.

     Por ser la cabeza de la insurrección, por tener una causa pendiente con la Inquisición, y por el proceso eclesiástico al que debía ser sometido; el juicio de Hidalgo tomó más tiempo que el del resto de los jefes insurgentes. Quince días después de su llegada, Ángel Abella, comenzó el interrogatorio que se prolongó tres días, y en el cual Hidalgo respondió con entereza y serenidad a cuarenta y tres preguntas.

     Sin caer en ambigüedades y sin delatar a nadie, Hidalgo confesó su convicción de que la Independencia sería benéfica para el país, haber levantado ejércitos, dirigido manifiestos y ser responsable de los asesinatos cometidos a españoles presos en Valladolid y Guadalajara.
     También sostuvo sin vacilar, haber actuado por el “derecho que tiene todo ciudadano cuando cree la patria en riesgo de perderse…”; reconoció que nada de lo que había hecho conciliaba con su condición eclesiástica, pero expresó jamás haber abusado de ésta para incitar al pueblo a la insurrección.

      El 18 de mayo, Hidalgo formó un documento donde se retractaba de los errores cometidos contra Dios y el Rey, pedía perdón a la iglesia y a la Inquisición; y rogaba a los insurgentes que se apartaran del errado camino que seguían: “Compadeceos de mí; yo veo la destrucción de este suelo que he ocasionado; la ruina de los caudales que se han perdido, la sangre que con tanta profusión y temeridad se ha vertido; y, lo que no puedo decir sin desfallecer: la multitud de almas de los que por seguirme estarán en los abismos…”

     El arrepentimiento de Hidalgo fue quizás el natural recurso para aspirar a la vida eterna y presentarse limpio ante el juicio divino. Los cargos religiosos que se le imputaron los respondió ciñéndose a sus creencias católicas, sabedor de que su deber como sacerdote, era retractarse de sus pecados.

     El tribunal de la Inquisición, tenía abierto un proceso contra Hidalgo desde julio de 1800, acusándolo de hereje y apóstata de la religión; proceso que se reanudó en septiembre de 1810, y en el que se le declaró: “amante de la libertad que proclamaban los enciclopedistas y en consecuencia hereje, judaizante, libertino, calvinista y grandemente sospechoso de ateísmo y materialismo”. El 7 de febrero de 1811, el doctor Manuel de Flores, Inquisidor Fiscal, presentó formal acusación en su contra fundada en 53 cargos. Atendiendo a los requerimientos del Tribunal de la Fe, Hidalgo envió el 10 de junio, un largo escrito rechazando los cargos de hereje y apóstata de la religión, y explicando las causas para encabezar la insurrección.

     Consideradas agotadas las averiguaciones, el licenciado Bracho formuló su dictamen enumerando las agravantes, concluyó que Hidalgo era “reo de alta traición y mandante de alevosos homicidios, y que debía morir por ello, confiscársele sus bienes y quemar públicamente sus proclamas y papeles sediciosos”.


     A la ejecución de Hidalgo debía preceder la degradación hecha por un juez eclesiástico. El canónigo Fernández Valentín, por órdenes del obispo de Durango, procedió al acto de la degradación el día 29 de julio, con todas las ceremonias estipuladas en el Pontifical Romano.
  
   En una mesa colocada cerca de un altar improvisado en uno de los corredores del Hospital Militar, se colocó una vestidura eclesiástica, ornamentos, un cáliz con patena y unas vinajeras. Hidalgo, escoltado y encadenado, compareció ante el juez eclesiástico Fernández Valentín, y dio principio la ceremonia


     Se le despojó de los grilletes y lo revistieron con las prendas eclesiásticas; Hidalgo echó en el cáliz un poco de vino, puso sobre la patena una hostia sin consagrar, y con el vaso sagrado entre sus manos se puso de rodillas a los pies del juez. Quitándole el cáliz y la patena, Fernández Valentín pronunció las palabras de execración, y con un cuchillo raspó las palmas de sus manos y las yemas de sus dedos, y dijo: “Te arrancamos la potestad de sacrificar, consagrar y bendecir, que recibiste con la unción de las manos y los dedos” 


   Acto seguido le fue quitando uno a uno los ornamentos sacerdotales, hasta que al despojarlo de la sotana y el alzacuello, dijo: “Por la autoridad de Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la nuestra, te quitamos el hábito clerical y te desnudamos del adorno de la Religión, y te despojamos, te desnudamos de todo orden, beneficio y privilegio clerical; y por ser indigno de la profesión eclesiástica, te devolvemos con ignominia al estado y hábito seglar”. Al retirarle las prendas sacerdotales, se halló en su pecho un escapulario con la imagen de la Virgen de Guadalupe, de la que se despojó él mismo, pidiendo se mandara al convento de las Teresitas de Querétaro, quienes se lo habían obsequiado.

     Se le cortó el pelo hasta no dejar seña alguna del lugar de la corona, pronunciando el ministro las siguientes palabras: “Te arrojamos de la suerte del señor, como hijo ingrato, y borramos de tu cabeza la corona, signo real del sacerdote, a causa de la maldad de tu conducta”. Consumada la degradación, se le hizo poner de rodillas ante el juez Abella, quien leyó la sentencia condenándolo a pena de muerte.

   Fue conducido a capilla por el teniente Pedro Armendáriz, y al amanecer del 30 de julio, se presentó el padre Juan José Baca, quien lo confesó y le dio la absolución. Un tambor con sus redobles y las campanas de los templos, anunciaron a los vecinos y al condenado a muerte, que había llegado la hora de marchar al paredón. Fuera del edificio lo resguardaban más de mil soldados que llenaban la plaza de San Felipe; en el interior lo esperaban, encargados de la ejecución, un pelotón de doce soldados a las órdenes de Pedro Armendáriz.

      Hidalgo pidió se le llevaran los dulces que había dejado en la capilla, mismos que entregó a los soldados que habrían de hacerle fuego, mientras les decía: “La mano derecha que pondré sobre mi pecho, será, hijos míos, el blanco seguro a que habéis de dirigiros”. Siguió su marcha rezando un breviario que llevaba en la mano derecha, mientras con la izquierda sostenía un crucifijo.

      Hidalgo besó el banquillo colocado cerca de la pared, y después de un altercado por negarse a sentar de espaldas, se sentó de frente y entregó a un sacerdote el breviario y el crucifijo. Le ataron las piernas a la silla, le vendaron los ojos y se colocó la mano al pecho; formados frente a él de cuatro en fondo, el pelotón disparó tres descargas que acabaron con su vida. Una vez desatado el cadáver, se colocó en una silla para la expectación pública, y al anochecer se introdujo al edificio donde le fue cortada la cabeza. Su cuerpo fue reclamado por los padres penitenciarios de San Francisco, quienes en su convento lo velaron y le dieron sepultura.

      La cabeza de Hidalgo, conservada en sal junto con las de Allende, Aldama y Jiménez; fueron conducidas a Guanajuato y colocadas en jaulas en las cuatro esquinas de la alhóndiga de Granaditas, donde permanecieron hasta consumada la Independencia que él, con profunda convicción, valor y arrebato, había comenzado.





La Casa de las Conspiraciones.

       Por: Lic. José Cornelio López Espinosa
Cronista de San Miguel de Allende

La mayor parte de los sanmiguelenses hemos oído y leído que se trata de la casa ubicada en la esquina de la calle de Reloj y Plaza Principal, en el lado norte del jardín. Se dice y se repite que su dueño en 1810 era don Domingo de Allende.
Sin embargo, accidentalmente leí que D. Domingo de Allende, hermano de D. Ignacio, había muerto antes del inicio de la guerra de independencia. Si esto era cierto, ¿HABRIA SIDO POSIBLE QUE SU CASA SIRVIERA COMO LUGAR DE REUNION PARA LOS CONSPIRADORES?
Así empezó la búsqueda de una respuesta a la pregunta anterior.
Lo primero que fue necesario hacer, consistió en localizar la fecha de la muerte de D. Domingo. Nuestra investigación rindió frutos cuando encontramos el acta de defunción y entierro en el archivo parroquial de S.M.A., libro de los años 1786 a 1810, fj. 239.
“En el año del Señor de 1809, a 10 de noviembre, don Domingo Pedro de Allende… casado con doña María Micaela Montemayor y Cervantes, de 42 años de edad, volvió su alma a Dios… etc., fue sepultado en el templo de Ntro. Padre S. Francisco…”
Con esta información establecemos que habiendo muerto en noviembre de 1809, para septiembre de 1810, tenía 10 meses de fallecido.
Viene enseguida un hecho que debemos tener en cuenta, la costumbre fiel y constantemente observada de guardar un año de luto por la muerte de una persona adulta, especialmente obligatoria para la esposa e hijos, si el fallecido era el padre de la familia, por lo tanto, ¿existe una razón como para justificar la violación de esta regla, tratándose de una familia de la alta sociedad sanmiguelense, emparentada con sacerdotes y a principios del siglo XIX?
¿Y de esta forma organizar bailes en el domicilio del difunto? Además sus hijas (5) eran muy pequeñas, pues había contraído matrimonio en 1802, en el mismo año que su hermano Ignacio de Allende, la mayor tenía 6 años: M. Francisca y la menor 1 año: Mariana.
Una explicación viene a nuestra mente y consiste que quien o quienes señalaron a la casa de D. Domingo, hayan sido los jefes de la insurrección, estando ya en prisión, con el objeto de proteger a sus familiares o amigos, haciendo recaer la responsabilidad en una persona que ellos sabían muerta.
Sin embargo esta suposición no tiene confirmación en los hechos, porque en la pág. 527 del libro “Documentos Históricos Mexicanos”, T. VI, D. Genaro García, incluye en el Cap. XLIII, la declaración rendida por don Juan Aldama en la Causa que se le instruyó con fecha 20 y 21 de mayo de 1811, contestando a la 3ª. Pregunta entre otras muchas cosas dice: “…estando el declarante en un baile en casa de D. José Allende, hermano de D. Ignacio y saliendo a una diligencia al zaguán… a las diez de la noche, poco más o menos, halló a un mozo de Querétaro…”
Como vemos el baile de referencia era el celebrado la noche del 15 de septiembre de 1810 y se realizaba en la casa de D. José María según lo relata el propio D. Juan Aldama y el mozo de que hace referencia se trata de D. Ignacio Pérez.
Además este libro de Documentos Históricos inserta una fotografía de la Casa de las Conspiraciones tomada desde la calle del Reloj con la siguiente inscripción: Casa de don José de Allende, en donde se efectuaban las juntas de los conspiradores en San Miguel de Allende, Edo. De Guanajuato. (Pág. 533). Don Antonio Barajas en su libro “Generalísimo Don Ignacio de Allende…” acepta como verdadera la versión de la propiedad de D. José María de Allende (cfr. Óp. Cit. P. 80).
Veamos ahora si encontramos algunos indicios que hagan posible la confirmación de esta nueva teoría o hipótesis, apoyada en el testimonio de D. Juan Aldama.
1º.- Aldama no podía confundir el domicilio de D. Domingo ya fallecido, con el domicilio del Lic. José Ma. De Allende, pues eran amigos desde la infancia y además vecinos.
2º.- Si hubiera querido proteger a sus amigos, hubiera señalado la casa de D. Domingo, ya muerto hacía un año y medio, aunque la responsabilidad recaería en su viuda y pequeñas hijas.
3º.- Hechas estas declaraciones en Chihuahua a fines de mayo de 1811, tuvieron funestas consecuencias en D. José Ma. Pues siendo de sólo 48 años de edad muere dos meses y cuatro días después que fue fusilado su hermano Ignacio, es decir, el 30 de agosto del mismo año a escasos tres meses que D. Juan Aldama lo implicara en sus declaraciones. Tal vez, haya sido simple coincidencia. Futuras investigaciones nos despejarán la incógnita. Su esposa, Ma. Rosa Montemayor, murió un poco más tarde el 8 de diciembre de 1814. Fue sepultada en la Capilla del Señor de la Conquista del Templo Parroquial.
Finalmente nos falta señalar a la persona que atribuyó a D. Domingo de Allende, la propiedad de la Casa de las Conspiraciones y la encontramos en el Lic. Benito Abad Arteaga, cuando entre 1852 y 1857 escribe una biografía de D. Ignacio de Allende.
Esta obra contiene información muy valiosa, pero junto a ella encontramos datos totalmente inexactos, no por mala fe del autor o deficiencia de su investigación, sino por motivos ajenos a la propia obra y que debemos tener en cuenta cuando la consultemos.
En primer lugar es un trabajo “pionero” sin muchas fuentes seguras y remando contra la corriente que atribuía al P. Hidalgo todo el mérito del inicio de la Guerra de Independencia. Allende prácticamente era el Héroe Olvidado.
Nadie puede negar este mérito al Lic. Abad Arteaga y a su libro.
Segundo, para cuando lo escribe no se conocían publicamente impresos los expedientes d los juicios de los principales héroes, estaban perdidos o escondidos. Así lo hace saber explícitamente el editor en el proceso de D. Ignacio de Allende. El gobierno federal adquirió este expediente en 1872.
Tercero, si el Lic. Abad Arteaga hubiera conocido esta valiosa información obtenida “bajo juramento de decir verdad delante de Dios” proveniente de personas creyentes que se sentían condenadas de antemano a muerte, indudablemente las hubiera incluido en su escrito y corregido algunas de sus afirmaciones.
Finalmente somos conscientes que en nada desmerece el honor y mérito del inmueble y de los conspiradores, pues a fin de cuentas, resulta lo mismo que la propiedad del edificio fuera del Lic. José Ma. o de D. Domingo de Allende, aunque existen por lo visto más probabilidades, no digo certeza, de que la mencionada casa haya pertenecido al primero. Una futura comprobación en el Registro Público de la Propiedad nos sacará definitivamente de dudas.

Una investigación tan insignificante como ésta cuando se hace con honestidad, rinde frutos despejando dudas que sirven a otros temas, así por ejemplo, leyendo el proceso de D. Ignacio de Allende encontramos que cuando contesta las preguntas 4ª. y 56ª. explícitamente señala a D. Ignacio Pérez como emisario de Doña Josefa Ortiz de Domínguez, llamándolo alcaide de la cárcel, por lo tanto, si D. Armando Ma. y Campos escribiendo un libro sobre Allende, niega este hecho, quiere decir que desconoce lo dicho D. Ignacio Allende o juzga que su afirmación no es digna de crédito. Si señala a otros emisarios, puedo estar en lo correcto porque nadie puede negar la posibilidad que de Querétaro hayan venido a S. Miguel diferentes mensajeros enviados por otros tantos conspiradores queretanos, pero esto no quiere decir que D. Ignacio Pérez sea un cuento y quien siga al pie de la letra a D. Armando Ma. y Campos, como a D. Benito Abad Arteaga, despreciando las afirmaciones de los propios protagonistas, podemos con toda razón juzgarlos como personas que obran de mala fe o por ignorancia.






El papel del cronista en el desarrollo municipal

Escrito por Marco A. Orozco Zuarth  
18.09.2008

La crónica municipal


La crónica se define como la descripción de acontecimientos históricos en la que se observa el orden cronológico.
La crónica municipal es entonces, la narración de los hechos históricos más significativos de la vida municipal de cada una de las células básicas de la organización política en los estados de la República Mexicana.

El papel del cronista


El cronista es el encargado de escribir los acontecimientos más notables de su municipio, sean estos de carácter político, económico, social o cultural. Estos acontecimientos deben tener la importancia para la actualidad y para el futuro. También escribe crónica histórica, investigando las raíces de su pueblo.

El cronista municipal debe considerar ser objetivo, claro, preciso y muy apegado a los hechos, es decir, narrar lo acontecido sin sentimentalismo, sectarismo o ideologismo, para que los que lean la crónica conozcan realmente lo sucedido y confíen en lo escrito.

Debe ser lo más objetivo posible para no alterar la realidad de los hechos. En todo caso, debe precisar cuáles son sus apreciaciones personales, para que el lector sepa en donde se ubica la interpretación del autor.


El cronista y el desarrollo municipal


El papel del cronista es de primera importancia para el desarrollo municipal, toda vez que es el depositario del conocimiento histórico y cultura de su municipio.

Los conocimientos que el cronista posee son de gran utilidad para los gobiernos y administraciones municipales porque proporciona criterios fundamentados para realizar un buen diagnóstico durante la formulación del Plan de Desarrollo Municipal; así como la elaboración de las políticas públicas.

Es de todos conocidos que un buen diagnóstico de la problemática municipal debe contener los antecedentes históricos y la situación actual de los diversos sectores de la vida cotidiana municipal. De la claridad y precisión del diagnóstico se deriva, en buena medida, la efectividad de los programas de desarrollo económico, político y social.

Otro aspecto relevante del papel del Cronista Municipal, es el de fortalecer la identidad de los habitantes  del municipio. Las personas se identifican con un pasado y un territorio común y conocen las riquezas y problemas de su comunidad. Todo ello coadyuva en el fortalecimiento de la participación ciudadana para la resolución de la problemática municipal.

En los tiempos actuales de globalización; en donde las culturas dominantes imponen sus modelos a las culturas dominadas; la cultura local es corre el riesgo de ser aniquilada y sustituida por patrones ajenos a nuestras costumbres y tradiciones, generando con ello desequilibrios al interior de la comunidad, pues transmite valores ajenos que no necesariamente son mejores a los nuestros.

Es de todos conocido el hecho de que nuestra cultura es lo que nos da la identidad necesaria para desarrollarnos como parte integrante de una comunidad; que son las costumbres y las tradiciones las que han permitido la subsistencia de los pueblos y que la adopción de modelos externos han generado el subdesarrollo en muchos países.

Es innegable que el proceso de globalización está ya en nuestros municipios; sin embargo, es importante que preservemos lo nuestro como parte de la identidad para la mejor convivencia social de sus habitantes.

No se trata de cerrar los espacios a la influencia externa, lo cual es imposible, más bien lo que se pretende es acceder a la globalización, preservando nuestras identidades, considerándola como una fortaleza y no como una debilidad. Los países asiáticos que actualmente son líderes en crecimiento económico lo han hecho de esta manera; en tanto que América Latina trasladó el modelo norteamericano generando una mala copia que destruyó gran parte de su patrimonio cultural. Las crisis recurrentes en la región, desde hace más de 30 años, son consecuencia de lo anterior.

Por otro lado, nuestras costumbres y tradiciones representan un elemento muy importante para el desarrollo turístico para los municipios; toda vez que la cultura representa un alto potencial para atraer visitantes extranjeros; pudiendo con ello generar ingresos adicionales.

Por estas razones, la crónica debe ser fomentada por los ayuntamientos; y para tal efecto, es necesario que se nombre a uno o varios encargados de esta labor.

El Ayuntamiento tiene en los Cronistas a sus mejores aliados para generar en la conciencia colectiva municipal los elementos que contribuyan a solidificar la identidad.

Una forma de hacerlo es crear a figura de cronista municipal o Consejo de la Crónica Municipal como órgano asesor en la estructura orgánica de la administración pública municipal.  La primera figura es recomendable para aquellos municipios pequeños en los que se disponen de pocas personas que puedan desempeñar esta labor. Por el contrario, en los municipios más grandes, en dónde existen varias personas que trabajan la crónica municipal, es recomendable integrarlos a través de un Consejo, lo cual enriquecerá más los trabajos que se realicen.

El Presidente Municipal o alguno de los integrantes del Cabildo deben proponer a o a las personas que puedan desempeñar esa función; la cual(es) debe(n) ser persona(s) preparada(s) en el ejercicio de escribir crónica y además que sea una profunda conocedora del municipio. No es necesario que sea historiador, pero debe considerarse el arraigo a la comunidad y el deseo de transmitir por escrito todo lo que sabe y lo que investigue sobre los sucesos más importantes del municipio.

El nombramiento de Cronista Municipal no debe ser necesariamente honorífico, pero sí oficial. Es decir, con la aprobación del Cabildo.

Es recomendable que al Cronista oficial se le asigne un sueldo mensual y se le cubran los gastos que origine su trabajo. Así como disponer de presupuesto para la publicación de sus obras. En el caso de un Consejo de la Crónica Municipal se puede establecer un presupuesto para que sean utilizados en proyectos específicos.

Esta institucionalización del cronista o del Consejo de la Crónica Municipal debe realizarse mediante una reforma a la Ley Orgánica Municipal.


Funciones del Cronista Municipal


Es el responsable de construir un vínculo de identificación entre la comunidad y el gobierno, a través de la reseña adecuada de los hechos históricos más significativos suscitados en el territorio municipal. Se podrá decir que el "cronista es el que ve pasar la vida y la interpreta en la palabra escrita".

Tiene un lugar especial en la vida comunitaria y como funciones básicas puede tener las siguientes:

• Desarrollar escritos permanentes, referentes a la vida e historia municipal.
• Fungir como el funcionario público fedatario del haber histórico, curador, investigador y expositor de la cultura de su comunidad.
• Presenciar y consignar por escrito los acontecimientos importantes de su región.
• Realizar la monografía municipal con el objeto de crear una conciencia histórica entre los ciudadanos de la localidad.
• Fomentar todo tipo de eventos culturales como conciertos, exposiciones y conferencias, a través de acciones concretas para conocer la realidad de la comunidad.
• Mantener vivas las tradiciones y costumbres, las fechas memorables, los hechos históricos desarrollados en su jurisdicción, y todo aquello que eleve el nivel cultural del municipio.
• Asesor y fuente de información histórica para todos los ciudadanos e investigadores que lo soliciten.
• Promotor de publicaciones históricas.
• Promotor de reconocimientos a ciudadanos distinguidos.
• Proteger el ecosistema.
• Bibliógrafo.
• Escritor en el diario de la comunidad.
     Promover la heráldica municipal.

Su oficio, según Ortega y Gasset, es una de las opciones de ser hombre que la época, su época, le ha ofrecido.






El cronista


 Arq. Javier Martín Ruiz

Desde hace tiempo varias personas, amigos todos, me preguntan sobre qué es el cronista y lo confunden muy seguido con alguien que está dedicado únicamente a estudiar la historia de ciudad o lugar en el que radica. Ahora, como incidentalmente me encuentro al frente del Archivo Histórico Municipal, creen que las dos actividades son las mismas y otorgan funciones a uno u otro personaje que no le corresponden; por ello, ahora, luego de haber terminado el ciclo en el que escribí sobre la relación entre ‘tierra y cemento’ -que espero le haya parecido y hecho reflexionar-, me dedico a relatar, transcribir más bien, dado que lo siguiente es obra de la misma Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas a la cual pertenecí y llegué a ser presidente nacional, lo que significa esa figura jurídica (y que al final señalaré porqué la nombro así), cuáles son sus obligaciones para con la comunidad y las autoridades locales y cuáles sus derechos. Con esto anterior le señalo:
Síntesis de funciones, deberes y derechos tradicionales de un cronista de la ciudad
A) Funciones y obligaciones del Cronista
El nombramiento de cronista de la ciudad tradicionalmente es vitalicio, por tal, no es político, ni sujeto a movimientos de esa índole; ante un conflicto de intereses, el cronista opta por los derechos de la ciudad y de la ciudadanía. El cronista es celoso guardián de la ciudad, de sus ciudadanos, y de su patrimonio histórico-cultural. Se ha establecido que un cronista de la ciudad es: Un investigador, recopilador y notario histórico. Intérprete y narrador en crónicas de esos sucesos en el presente. Evaluador al futuro, de los hechos que van sucediendo según su leal saber y entender, serán favorables o negativos para promover a favor o alertar en contra de esos actos o hechos a las autoridades y ciudadanía. Protector del patrimonio histórico, tradiciones y cultura de la ciudad. Asesor y fuente de información histórica para todo ciudadano e investigadores que lo soliciten. Promotor de publicaciones históricas. Promotor de su ciudad. Promotor de reconocimientos a ciudadanos distinguidos. Protector del ecosistema. Bibliógrafo. Escrito de los diarios de la ciudad.
B) Funciones y obligaciones para la Presidencia Municipal y el Ayuntamiento
Asesoramiento histórico, cívico y cultural. Representación del presidente en actos que lo soliciten. Acompañar al Presidente o a miembros del cabildo en que sea invitado. Investigación Histórica. Publicación periódica de investigaciones en: prensa, folletos y libros. Brindar toda la información recopilada a: investigadores, eruditos e historiadores. A bibliotecas. A escuelas. A estudiantes de primaria, secundaria y preparatoria. Asistir a bachilleres en su tesis y ensayos. Dictar conferencias y asistir a mesas redondas. Promover el interés histórico en estudiantes y ciudadanía adulta. Promover la conservación y cuidado de nuestro patrimonio histórico-cultural. Informar de la labor de la presidencia municipal, de sus planes, proyectos y realizaciones. Realizar funciones de relaciones públicas entre ayuntamiento y ciudadanía. Asistir a congresos de historia y de asociación de cronistas. Funciones de relaciones publicas entre los medios de comunicación, prensa, radio, TV., comunicadores y la Presidencia Municipal.
Derechos y compensaciones tradicionales
Previo análisis y evaluaciones de candidatos propuestos, méritos y relevancia al puesto, el cabildo en pleno otorga el nombramiento de cronista de la ciudad. Queda inscrito en el acta de cabildo y el nombramiento es vitalicio, como notario histórico de la ciudad. El cronista de la ciudad es honrado con un homenaje poniendo su nombre en la calle en que reside, informando oficialmente a la oficina de correos y dirección de obras públicas, etc. Tiene el derecho de usar como emblema el escudo de la ciudad, en papelería, tarjetas, etc., etc. y otorgar reconocimiento y testimonios a ciudadanos distinguidos. Es asesor histórico de la presidencia municipal y de toda la ciudadanía. El ayuntamiento publica sus crónicas, folletos y libros, respetando su derecho de autor. El Ayuntamiento le otorga oficinas equipadas para su labor. El Cabildo otorga una compensación económica simbólica. El Cabildo otorga una partida para erogaciones de bibliografía,  papelería y ediciones. La Presidencia otorga ayuda para la asistencia del cronista a congresos y convenciones así como todo su apoyo moral y autoridad para el desempeño de la labor del cronista de la ciudad. Como ve, amigo lector, es una persona importante en su comunidad por lo que es y por lo que hace. Pareciera ser que me estoy echando mucho incienso a mi persona, pero no lo es pues aquí hablamos de la colectividad de cronistas y no de la personas como individuo solamente.
Este capítulo no termina; el día 17 recibí carta de la Mesa Directiva de la Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato en donde me informan lo siguiente y que, por su importancia y trascendencia, debe ser conocida por todos los ciudadanos de los municipios. Seguramente a algunos no les parecerá pero, repito, lo que transcribo, responsabilidades y derechos que el cronista tendrá, no los señalo en cuanto a mí como persona sino a la personalidad jurídica que será reconocida, seguramente por el Congreso del Estado y luego anexada por obligatoriedad en las Leyes Orgánicas de cada municipio, por los gobiernos locales:
“…Pero el día 16 de agosto de 2013, será una fecha particularmente histórica, por lo trascendente de su significado para la organización a la que pertenecemos, que impactará en la vida de sus municipios y sus habitantes y que será el legado de la Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato A.C., a las generaciones venideras de hombres que nos habrán de sustituir en el resguardo y divulgación de la historia de nuestros terruños.
El día de ayer, nuestro Gobernador del Estado de Guanajuato, por fin escuchó, entendió y atendió la petición que la Asociación de Cronistas le hizo para que la figura del Cronista Municipal fuera considerado en la Ley Orgánica Municipal como una figura formal en las administraciones municipales.
La firma del Decreto que se turnará al Congreso del Estado para que se analice, apruebe y publique la incorporación de la figura  del Cronista Municipal en la Ley Orgánica Municipal, ley rectora de la vida de los municipios, es realmente un acto de buena fe, un acto de buen gobierno, de valoración de la importancia de la historia en vida del presente y futuro de los municipios, de un Gobernador que por fin nos escuchó y que empeñó su palabra en que las promesas hay que hacerlas realidad y las realidades historia.
En unas semanas más, el Congreso del Estado dirá la última palabra en torno a la iniciativa, lapsus que nosotros debemos utilizar para hacer compromisos con nosotros mismos, con la sociedad a la que pertenecemos, a las autoridades a las que debemos ofrecer toda nuestra capacidad y también, un gran compromiso con nuestro Gobernador Lic. Miguel Márquez Márquez, para corresponder a la confianza que ha depositado en nosotros, lo que nos obliga ahora más que nunca a ir llenando nuestra canastita con los frutos de la simiente que hemos depositado a lo largo de los años en que hemos ostentando el honroso encargo de Cronista Municipal.
Para finalizar, quiero hacer también mías aquellas palabras que alguien dijo “Aún hay muchas alhóndigas por tomar” y nuestro Ejército de la Asociación deberá de ser solidario, congruente con lo que somos para seguir haciendo patria con nuestro trabajo…”.
Concluya Usted, amigo lector, la trascendencia de lo leído en estas líneas.
javiermartin37@prodigy.net.mx
Cronista de Irapuato



COSTUMBRES DE SAN MIGUEL EN EL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX 
(Época Porfiriana)

Por: José Cornelio López Espinosa
Cronista de San Miguel de Allende

EL VESTIDO DE LOS POBRES Y DE LOS CAMPESINOS

Los campesinos y los pobres de la ciudad, compartían como en la actualidad muchas de sus costumbres, debido en parte, a que muchos de los vecinos de los barrios eran de procedencia campesina. Sus ropas eran muy sencillas: los hombres usaban calzón blanco, de todo lo ancho de la manta, camisa y patio de la misma tela; la camisa y patio de la misma tela; la camisa era de mangas anchas, plegadas en los hombros y en los puños; el cuello era redondo. El calzón se cruzaba bastante en la parte delantera y sobre él, se ponían el patío que consistía en un trozo de manta de un poco más de un metro de largo por lo ancho de la tela, el cual se doblaba esquinado y se colocaba en la cintura sobre el calzón cubriendo por delante y por detrás a la persona. Se sujetaba con un nudo en el lado izquierdo y sobre el calzón y patío una faja aseguraba a éstos y a la camisa. La faja era una tira de color rojo o azul marino, fabricada en telares manuales. Esta prenda se la colocaban en la cintura, anudándola al lado izquierdo, dejando caer con gracia varonil las puntas barbadas de la misma. El patío frecuentemente lucía en el pico delantero la letra inicial del propietario, bordada con primor por las manos de la madre, de la esposa o de la novia. El sombrero era de palma, con falda ancha y copa alta. Casi todos calzaban guaraches de correas cruzadas. Los de mejores posibilidades económicas, como mayordomos de las haciendas, usaban sombreros de vuelta y vuelta, chamarra, calzonera, una especie de pantalón abierto por los costados y cerrado con botones en la parte de arriba, o chaparreras. Las mujeres usaban zagalejo de lana color rojo y algunas veces azul marino. Estaban adornados en la cintura. Abajo de la pretina y en la parte inferior por una franja de tela color verde en forma de picos. Estos zagalejos casi siempre cubrían a la mujer hasta el tobillo. Sus blusas eran amplias, con mangas plegadas en los hombros y en los puños. Frecuentemente iban adornadas con bordados a mano. Las más pobres iban descalzas y sólo cuando venían al pueblo usaban zapatos o guaraches. Sus rebozos de clase corriente, de hilo y amplio repasejo.

Hombres y mujeres vivían modestamente, más bien, en pobreza. Los salarios que percibían los esposos eran 18 centavos en las haciendas y 25 centavos en la ciudad por jornada diaria, sin importar que estuviera caro o barato el maíz y frijol.

POBRES DE LA CIUDAD

Esta clase mayoritaria en las ciudades de ayer y de hoy, se asemeja en mucho a las costumbres de los hombres del campo. A fines del siglo XIX y principios del siglo XX eran empleados como ayudantes en los decadentes talleres de rebozos, de cobijas o como peones en las huertas o mozos en las casas “grandes”. Los más afortunados, pertenecían al gremio de los obreros de la Fábrica de Hilados y Tejidos “La Aurora”, industria introducida en S. Miguel a fines del régimen porfiriano. A estos jornaleros se les pagaba diariamente 25 centavos y otros más afortunados llegaban a ganar 30 centavos. Aunque no escaseaban injusticias que los regresaban a su hogar sin un solo centavo el día de raya.

Los hombres pobres de los barrios usaban casi la misma ropa que los campesinos; distinguiéndose únicamente en que para protegerse del frío, en las noches y madrugadas lo hacían con frazadas o jorongos, mientras que los campesinos lo hacían con tilmas más ligeras. A partir de 1910 las autoridades exigieron el uso exclusivo de pantalón en la ciudad (para todos los hombres), se penaba con una multa de 25 centavos para los infractores en calzón, de esta manera los campesinos antes de entrar a la ciudad, alquilaban o pedían prestado un pantalón en las garitas del pueblo, otros hacían el viaje desde su rancho a las garitas con su ropa tradicional y al llegar a ésta se ponían la prenda reglamentaria, que habían traído oculta en su equipaje.

Las mujeres pobres de la ciudad usaban la mayoría el zagalejo de las campesinas y otras vestían de percal, especialmente aquellas que “servían” en las casas de los ricos; sólo en las grandes festividades se ponían otra clase de vestidos de mejor calidad, acompañados de zapatos y de rebozos.
Sus vestidos eran largos hasta el tobillo.



CLASEMEDIA

A esta clase pertenecían las familias de los artesanos, ya fueran reboceros, talabarteros o cobijeros, algunos comerciantes de pequeñas tiendas o tendajones de semillas o abarrotes; los maestros y los empleados del gobierno y de la nobleza porfiriana, como dependientes y oficinistas.

Los hombres de esta clase vestían con trajes de una tela llamada dril, cantón o de pana; otros solamente pantalones y chamarra, camisa de calicot y otras telas similares. El calicot era una tela más blanca que la manta, aunque la Fábrica “La Aurora” producía una manta de excelente calidad. Sus sombreros eran más chicos que los sombreros de los campesinos, tendiendo a la forma de un sombrero de fieltro. Cuando llegó el Ferrocarril, en los últimos años del gobierno porfiriano, los ferrocarrileros se distinguían por sus overoles de mezclilla azul marino y sus gorras del mismo material. Se veían poco en la ciudad, dado la distancia de la Estación de Ferrocarril.

Las señoras de la clase media usaban telas de mejor calidad que las de menores recursos. Era común las prendas de cretonas, otomán y otras para confeccionas sus blusas usaban muselina, telas transparentes con profusión de orlados y encajes, falda larga, blusa sin escote ni manga corta; calzaban borceguí o botín de glasé, oscaria, charol o de raso, con botones de mosquita. Sus rebozos eran los llamados de Santa María o de bolita. También en los talleres de San Miguel se producían finísimos rebozos, muy apreciados por el exquisito trabajo de sus barbas o repasejos, negros, café o los apreciados “palomos”.

LA ALTA SOCIEDAD

La Sociedad sanmiguelense era altamente apreciada desde tiempos de la colonia, por sus riquezas y por su nobleza, así Fray Juan Agustín de Morfi escribió en 1777 de paso por la entonces Villa de San Miguel el Grande: “es mucho y muy lucido su vecindario y de mejor sociedad que el de Querétaro”; Pertenecían a esta clase social los descendientes de las antiguas familias de Españoles y criollos encumbrados, propietarios, las más de las veces, de las mejores haciendas de la región, también las familias de los comerciantes en semillas y almacenes, así como las familias de algunos sacerdotes y profesionistas.

VESTUARIO MASCULINO

Los señores vestían con suma elegancia: sus camisas eran de calicot francés, de céfiro u otras telas de importación. Las pecheras, cuellos y puños se llevaban postizos y estaban planchados a lustre. Los unían a la camisa con pequeños botones de oro o de nácar. En los puños resplandecían valiosas mancuernillas que hacían juego con el fistol de la ancha corbata. El chaleco era imprescindible debajo del saco; confeccionado en piqué aterciopelado o en satín de seda de diferente color al del traje; éste era de casimir inglés, paño o de otra tela, casi siempre extranjera, como la alpaca para tiempos de verano. Frecuentemente estas prendas las hacían sastres de la ciudad de México o de Querétaro, aunque dado el prestigio de algunos cortadores sanmiguelenses, éstos se encargaban, de vestir algunas familias de la sociedad, después de una paciente espera de varios meses de anticipación.

Para ceremonias especiales, contaban con un vestuario que iba desde el frac, la casaca a los trajes de levita. Los sombreros, según la categoría del encuentro, eran sorbete, bombín, el carrete de paja o el sombrero de panamá o la gorra de fieltro. ¿Quién no recuerda a los “nobles” sanmiguelenses en la recepción del Emperador Maximiliano el 13 de septiembre de 1864? Allí los caballeros lucieron chisteras de copa alta sin olvidar el elegante bastón de empuñadura de oro.

Las damas usaban para sus vestidos, telas como el gro tours, brocados de seda entretejidos por hilos de metal, raso de seda crespón, fular, muy apreciado por su ligereza, cuando asistían a ceremonias religiosas, ya fueran actos litúrgicos o en procesiones, se tocaban mantones de manila, mantillas o sevillanas; para viajes, saraos, días de campo o de visita usaban elegantes sombreros. Para salir a la calle o de compras, lo hacían como ellas lo llamaban “en cuerpo” o sea, sin formalidades.

LA MODA DE FINES DE SIGLO

A fines del siglo XIX y principios del XX se introdujo la crinolina o miriñaque; también el polizón, pequeño cojincillo que se colocaba en la parte de atrás. Durante este tiempo fue de uso de alta distinción el traje largo, de cola y de media cola que daba nota y tono de elegancia. A los vestidos de cola larga, se les prendía en la bastilla una argolla de oro o de plata, para en ella meter el dedo meñique y poder levantar la cauda del vestido durante el baile o al subir las escaleras.

Cuando asistían a los bailes, las damas usaban trajes circulares, de tonos suaves y telas vaporosas con encajes finos y anchas blondas, aptas para revolotear en las vertiginosas evoluciones de los valses, mazurcas, chotis, rigodóns u otras cadencias de la época.

El tren de vida de estas familias los obligaban a tener gran número de personas a su servicio: ama de llaves, recamareras, cocineras, nodriza, pilmama o niñera, mozo de canasta, mozo de estribo, cochero, etc. Los ricos, propietarios de haciendas requerían de: administradores, escribanos, mayordomos, vaqueros, ordeñadores y muchas personas más. Las ricas familias porfirianas disponían de maestra de piano para las jóvenes doncellas y maestros de primeras letras, tanto para las niñas como para los varoncitos.

No pocas familias de apellido de renombre poseían los mejores carruajes del momento, como el elegante Coupé, el señorial Lendó y la Berlina y al correr de los años, los primeros automóviles, Ford, Oldsmobile o Lincoln, que en 1908 corrían a la fabulosa velocidad de 20 kilómetros por hora y que a saltos transitaban por las angostas y empedradas calles de San Miguel, con terrible peligro para los despabilados chicos de la ciudad.

MODAS DE LOS AÑOS 20

En este tiempo se usó la falda de medio paso, falda pantalón y sobrefalda. Los caballeros llevaban el saco abierto en la parte trasera. El pantalón angosto en la valenciana. Los zapatos, borceguí de charol con ante negro, café o gris (plomo), combinando con el color del traje, ya fuera oscuro o claro; los botones del calzado eran de fantasía, la suela llevaba una plantilla color blanco como adorno.

CITAS
(1) Libros de actas y anales de los GREMIOS de la Villa de San Miguel el Grande, de los años 1750-1795. Pp. 118/119, 260, 263.
(2) Miguel Malo Zozaya San Miguel Allende. Guía Oficial p. 27.





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HEBDOMADARIO

Hoy es el gran día en que San Miguel puede celebrar o seguir festejando el nombramiento de Ciudad Patrimonio Mundial alcanzado en la reunión de la Convención de la Unesco, celebrada en Quebec, hace 8 años y siguiendo los pasos de la capital del estado que 20 años antes habia alcanzado este derecho en la reunión de Brasil y si bien el 7 de julio fue aceptada la fecha oficial es diez de julio de 2008. Felicidades a quienes participaron en el largo proceso que significa el poder conseguir este nombramiento tan pretendido y sólo diez ciudades en toda la república mexicana lo tienen, solo diez. En el mundo global que nos tocó vivir las redes sociales y la información que se mueve por la autopista del internet nos rebasó desde hace mucho tiempo a muchos que, como yo, hemos rebasado loa docena de lustros, pero algunos estamos haciendo el esfuerzo por actualizarnos para no vivir en el pasado y tratar de comprender a nuestros hijos y nietos que viven aceleradamente el presente.

BIOGRAFIAS:

Romeo Tabuena, uno de los grandes pintores que han venido a radicar a San Miguel de Allende; a los 34 años de edad vino a México y al conocer la obra de los grandes muralistas mexicanos se quedó a radicar en nuestra ciudad. Aquí vivió con su esposa Nina, de origen noruego, su nombre completo era Romeo Villalba Tabuena  fue un pintor y grabador filipino que nació en la ciudad de Iloilo. Estudió arquitectura y pintura en Manila, Filipinas. También estudió en Nueva York y París. Sin embargo, conservó su nacionalidad filipina. Pintó el mural Filipiniana en la Embajada de Filipinas en Washington, DC En 1965, participó en la Octava Bienal de San Pablo arte como el artista filipina oficial y como el comisario de arte a partir de las Filipinas. El Museo de Arte de Honolulu mantiene su pintura Carabao, lo cual es típico de las pinturas animales del artista.           Tabuena aparece en Quién es quién en el arte americano, Internacional Quién es quién en el arte, y la Internaciona